sábado, 4 de octubre de 2014

La ficción criollista, una vanguardia literaria y popular con inmensas implicancias sociales y culturales.

La ficción gauchesca nacida a finales del siglo XIX de la mano del Martín Fierro y Juan Moreira, constituyó la primera vanguardia literaria de raigambre popular. La literatura criollista abrió nuevas formas de escribir y de leer en la naciente sociedad de masas y contribuyó a construir los imaginarios sociales que tejen la identidad nacional. Leer el "Martín Fierro" de José Hernández, o "Juan Moreira" de Eduardo Gutiérrez, implica no sólo volver sobre dos clásicos de la literatura nacional, sino además recuperar dos obras inaugurales de la primera vanguardia literaria popular de la historia argentina: la ficción criollista. Un movimiento que, por sus características, modos de producción, circulación, recepción y difusión en general, tuvo profundas implicancias sociales y culturales.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, la campaña de alfabetización implementada a través de promoción constante de la instrucción elemental y el establecimiento de centros escolares a lo largo del país, constituyeron una de las premisas fundamentales de la llamada “Generación del 80”. Se lograron reducir significativamente los elevados índices de analfabetismo, engrosados por el arribo de numerosos grupos de inmigrantes. El desarrollo del programa educativo proveyó una experiencia pedagógica que permitió no sólo instalar a los sectores bajos y medios en el dominio de la lectura, sino que además encumbró a la escuela como el espacio de integración social por antonomasia. El ámbito escolar amortiguó las diferencias de lengua, de cultura y de etnia entre criollos e inmigrantes. En este contexto surge la literatura criollista, en la etapa formativa de la Argentina moderna. De esta manera, el factor educativo fue determinante para el surgimiento de un nuevo público lector, masivo y popular, que acogería como propia la nueva experiencia literaria. Sin embargo, no se puede soslayar que a pesar de la importancia de la alfabetización, la amplia difusión popular de este tipo de literatura también tiene que ver con ámbitos de sociabilidad que propiciaban lecturas no siempre individuales y silenciosas, permitiendo lecturas grupales en las que la oralidad integra a públicos analfabetos. En el caso del Martín Fierro, la musicalidad de sus versos facilitaban la repetición memorística; y en el caso de Juan Moreira fue notable su difusión a través de las diversas interpretaciones teatrales.

A finales de la década de 1880 ya había decenas de autores y de títulos, millares de ejemplares que circulaban a través de una industria editorial rudimentaria pero eficiente, pues se las ingeniaba para difundir textos con historias gauchescas al margen de los canales de difusión y circulación establecidos por la cultura dominante: los clásicos folletines y todo tipo de publicaciones impresas corrían por el quiosco callejero, los salones de lustrar, las barberías, las terminales de trenes, los escaparates de las ferias, las valijas del mercachifle, etc. El criollismo literario despertó con fuerza otras expresiones artísticas en la cultura popular de la época, como los salones literarios y las representaciones sainetescas o como las proliferaciones de imitaciones de Juan Moreira y del Cocoliche (un hilarante híbrido entre el inmigrante y el criollo nativo).

La sociedad de entonces estaba conformada por estratos sociales bien separados. En la cumbre aparecían las clases oligárquicas tradicionales, cuyo prestigio estaba basado en la antigüedad del grupo, el linaje y el poder político-económico asociado con la tenencia de la tierra y las nuevas actividades que comenzaban a surgir. Desde estas esferas sociales, el criollismo fue visto como un emergente no deseado del proyecto de modernización nacional. La literatura criollista vino a confrontar con el carácter conservador y selecto de la noción de cultura impuesta por la clase letrada. Quebró el molde e inició una suerte de democratización de la lectura (y de la cultura). Es éste el punto que acerca el criollismo al título de vanguardia literaria, pues significó la emergencia de una tradición literaria y la irrupción de una literatura alternativa, de resistencia cultural. Las fronteras que separaban la elite cultural de la masa, el centro de la periferia, lo hegemónico y lo subalterno, yo no serían tan claras ni definitivas; digamos que nunca lo fueron del todo. Resistencia cultural en el sentido de una literatura provocativa y anticanónica, que impugnaría valores estéticos y morales de la cultura letrada, inaugurando otras formas de lectura popular e interpretación: el nuevo público lector (engrosado a medida que criollos e inmigrantes eran instruidos de acuerdo al régimen educativo), se fue configurando en contextos de lectura grupal y en voz alta, espacios socializados que comprendían desde entornos de convivencia primarios (el núcleo familiar, grupos sociales asentados en conventillos, etc.), hasta escenarios urbanos comunes (reuniones públicas en veredas, cafetines, plazas, etc.). Una de las implicancias principales en lo social que introdujo el criollismo fue la "representatividad de lo nacional", favoreciendo cierta integración sociocultural.

Sin lugar a dudas, "El gaucho Martín Fierro" (1872) y "La vuelta de Martín Fierro" (1879) de José Hernández, constituyeron la matriz. La poética gauchesca de Hernández fue inigualable por sus sinergias discursivas predefinidas: verso octosilábico, lenguaje campero, mensaje contestatario y rebelde. Luego aparecerá "Juan Moreira" (1880) de Eduardo Gutiérrez. Así, la ficción criollista le dio al personaje gauchesco un protagonismo con perfiles propios y bien definidos; el gaucho es un paria estigmatizado por su destino, que debe sobrevivir en un entorno hostil de marginalidad, soledad, carencias y privaciones, y huyendo de la autoridad que lo persigue para ajustar cuentas. Fierro y Moreira fueron, entre otros tantos, personajes creados por una imaginación literaria que catapultó al gaucho como actor social fundamental de la historia argentina, consagrándolo como el símbolo de una épica nacional e iniciando una vanguardia que sentaría las bases de la cultura popular argentina. Todo este fenómeno sucede justo en el momento de aceleración de los procesos de modernización del país, los cuales sino terminaban con el gaucho real lo transformaban hasta hacerlo muy disímil al de ficción.

 

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