
Esto que voy a relatarles ocurrió en una gran ciudad, era uno de esos lugares grises y pestilentes que surgen en los mapas del mundo como pústulas negras, como verrugas malolientes en la verde superficie del planeta, tenia todo lo que tiene que tener una ciudad para pertenecer a esa categoría infernal de los pozos de podredumbre, tenia edificios altos y feos que detenían el sol y llenaban de sombras la primavera, calles oscuras y húmedas llenas de automóviles que lanzaban enormes cantidades de humo venenoso, tenia ríos muertos, linyeras tristes y mas policías que gente. Había hambre, vicio y dolor, PUAJ-CITY lo tenia todo.
Pero hacia ya algunas semanas que la mugrosa ciudad había perdido la calma, todas las tardes cuando los cadáveres de traje y corbata salían de sus oscuras oficinas, algo insólito ocurría, algo que alteraba sus pequeños corazones.
Un penetrante sonido se expandía por toda la ciudad, era una guitarra eléctrica que iniciaba con un violento y agudísimo vibrato, una nota despiadada, larga y penetrante, a la que luego seguían muchas mas, cada una mas penetrante que la otra, no era una canción, siempre era diferente, por momentos semejaba un lamento para luego transformarse en un alarido penetrante, y terminaba en los últimos acordes como un desafiante y visceral grito de guerra.
Los hombrecillos de maletín no soportaban el concierto, cada vez que sentían los acordes se inclinaban y vomitaban, todas las tardes y a la misma hora ríos de salchichas podridas y hamburguesas sin carne tapizaban las calles de la ciudad, los policías corrían por todos lados tratando de descubrir al guitarrista, empuñaban sus armas inútiles y sus fláccidos bastones y daban ordenes a todo el mundo al borde mismo de la histeria, pero todo era inútil, a veces el sonido parecía salir de un campanario, otras de un alto edificio de oficinas y en todas las bocas del subterráneo se podía oír a la guitarra saliendo de lo mas profundo de la tierra.
Los estamentos mas altos del gobierno se ocuparon del asunto, se dieron ordenes a los altos magistrados que a su vez ordenaron a los altos funcionarios los que impartieron ordenes a sus lacayos, pero ni los mas conspicuos alcahuetes pudieron descubrir el misterio.
Se hicieron enormes debates, los diarios llenaron cantidad de paginas con sus contradictorios comentarios, en televisión los periodistas no dejaban pasar un día sin formar un panel con las caretas de moda, todo el mundo opinó, analizó y propuso, pero todo fue inútil.
La ciudad se transformo en un caos, antes de la hora fatídica los hombrecillos corrían enloquecidos hacia sus casas, otros se colocaban algodones en los oídos, y otros simplemente lloraban desconsolados y sumidos en la histeria, pero todo era inútil, cuando sonaba el primer acorde los vidrios de las ventanas estallaban en mil pedazos formando brillantes cascadas de cristal, los ascensores se detenían de golpe y los acondicionadores de aire funcionaban al revés, un ruidoso pandemónium se adueñaba de la ciudad, era un caos gigantesco, un enorme carnaval donde el ruido de los bocinazos, los gritos, los vómitos, y el fondo musical de la ululante guitarra formaban un concierto infernal.
Hasta que un día alguien lo descubrió.
Cuando sonaba la guitarra, ninguno de los niños de la ciudad vomitaba, ni gritaba ni se retorcía, todos ellos estaban tranquilos y una enigmática sonrisa les iluminaba el rostro.
Entonces en los pequeños cerebros de los pequeños hombrecillos se fue revelando la verdad, hubo pánico, histeria colectiva y también hubo quien propuso matar a todo aquel que no vomitara.
Pero todo fue inútil, era demasiado tarde, los niños ya habían aprendido a tocar la guitarra.