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domingo, 25 de mayo de 2014

Humberto Costantini, reseña del autor y su obra

Humberto Costantini: «[Hay que] atornillarse a la silla».
Humberto Cacho Costantini (Buenos Aires, 8 de abril de 1924 – Buenos Aires, 7 de junio de 1987) fue un escritor porteño. Hijo único de inmigrantes judíos italianos, residió en el barrio de Villa Pueyrredón.
De su primer matrimonio con Nela Nur Fernández nacieron tres hijos: Violeta, Ana y Daniel. Completó sus estudios universitarios y se recibió de médico veterinario. Ejerció su profesión en los campos cercanos a la ciudad de Lobería (provincia de Buenos Aires), donde se trasladó con su esposa. En estos años nacieron sus dos hijas.

En 1955 regresó a Buenos Aires, donde ejercio diversos oficios, veterinario, vendedor, ceramista, investigador, etc. Al poco tiempo de volver a Buenos Aires, nació su hijo Daniel. A la par de ejercer

estos oficios escribía, corregía, volvía a escribir diariamente, con una disciplina férrea, «atornillado a la silla», como solía decir. Su primer libro de cuentos, De por aquí nomás se publicó en 1958 y a partir de allí una larga bibliografía que abarca todos los géneros literarios, cuento, poesía, teatro, novela hasta su obra inconclusa: Rapsodia de Raquel Liberman en la cual, en tono bíblico, relata la gesta de una prostituta judía, esclavizada por la siniestra Zwi Migdal, quien se rebela contra este destino y deja su vida en ello.
Y aquí aparece una vez más el tema fundamental, el eje conductor de la obra y de la vida de Costantini: «Hacer lo recto a los ojos de Jehová, es decir acatar su destino...», como él solía decir. Esta actitud, este hacer lo recto, lo lleva en muchos momentos de su vida a, como Raquel, enfrentarse con los poderosos. Costantini es víctima de persecuciones políticas y de listas negras, de alcahuetes y chupamedias. Esta postura que Cacho, como lo llamaban sus amigos, ejercía sin aspavientos, naturalmente, como único camino posible para transitar por la vida, le generaba odios y lealtades profundas. Con Costantini no había medias tintas, o se era honesto o se era chanta. Costantini no perdonaba las agachadas de ninguna índole y esto lo hacía público.
Desde joven se involucra en la militancia política, desde su época de estudiante se enfrenta con los fascistas de la Alianza Libertadora Nacionalista, militó en el Partido Comunista y posteriormente se alejó por tener serias divergencias con la conducción burocrática y prosoviética. Consecuente con su «hacer lo recto...» es su emotiva y profunda admiración hacia Ernesto Che Guevara. En los años setenta milita en la izquierda revolucionaria (Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo) junto a otros escritores como Haroldo Conti y Roberto Santoro, quienes, secuestrados por la criminal dictadura cívico-militar, aún permanecen desaparecidos. Escribe, entre sobresaltos y escapadas, en casas clandestinas, a horas impensadas, la novela De dioses, hombrecitos y policías, que publica en México y con la que obtiene el Premio Casa de las Américas. De esta novela dijo Julio Cortázar, «me encanta lo que Humberto Costantini hace y tengo mucha confianza en su trabajo. Para mi él es un escritor muy importante».
En la novela, reeditada en 2009 por ediciones Lea, presenta los años de la dictadura en Argentina desde una perspectiva paródica. Narra la intervención de dioses que manejan a su antojo tanto a hombrecitos como a los policías, mientras unos y otros ignoran la presencia de los olímpicos y su protección o condena. Estos dioses griegos son especiales, no protegen a héroes sino a antihéroes. Y su conducta ―para nada ejemplar― desacredita su autoridad. De dioses, hombrecitos y policías pone en primer plano la circunstancia de un intelectual de la época, al haber sido escrita entre el campo minado de la persecución y el tembladeral del exilio.
En 1976 Humberto Costantini es obligado exiliarse en México. Allí continúa su obra y obtiene premios importantes. Padece el exilio «que lo obliga a pasar lista diariamente a sus seres queridos como si a la ciudad la asolara un tifón...». Conduce talleres literarios y publica, hace programas de radio y se enamora. Como dijo a su regreso: «En fin, viví». Otra de sus pasiones fue el tango.
Admirador de Osvaldo Pugliese, de Aníbal Pichuco Troilo y de Eduardo Arolas, fue cantor y bailarín, conocedor de letras y de historias de tango. En las reuniones de amigos no faltaba una guitarra que acompañara su voz llena de pasión en la milonga Marieta o en El adiós de Gabino Ezeiza. Compuso milongas y letras de tangos, algunos de ellos fueron grabados.
En 1983 regresa a Buenos Aires después de 7 años, 7 meses y 7 días de exilio. Allí vive la primavera democrática. Camina por su ciudad, conversa con las paredes de su barrio y con viejos amigos de la infancia, atorrantea boquiabierto por su Buenos Aires.
Su obra ha sido publicada en varios países e idiomas, entre otros en alemán, checo, inglés, finlandés, hebreo, polaco, sueco y ruso.
Contrae cáncer, enfermedad que lo lleva a la muerte ―a los 63 años― la madrugada del 7 de junio de 1987. La noche anterior había trabajado como cada día, aprovechando el leve bienestar entre quimioterapias, en su novela La rapsodia de Raquel Liberman, de la cual alcanzó a completar dos tomos. Esta obra permanece inédita.

Obras

  • De por aquí nomás (cuentos) ediciones en 1958/1965/1969
  • Un señor alto, rubio de bigotes (cuentos) ediciones en 1963/1969/1972
  • Tres monólogos (teatro) ediciones en 1964/1969
  • Cuestiones con la vida (poemas) ediciones en 1966/1970/1976/1982/1986
  • Una vieja historia de caminantes (cuentos) edición en 1970
  • Háblenme de Funes (tres novelas breves) ediciones en 1970/1980; llevada al cine.
  • Libro de Trelew (narración épica) edición en 1973
  • Más cuestiones con la vida (poemas) edición en 1974
  • Bandeo (cuentos) ediciones en 1975/1980
  • De dioses, hombrecitos y policías (novela) ediciones en 1979/1984/2009
  • Una pipa larga, larga, con cabeza de jabalí (teatro) edición en 1981
  • La larga noche de Francisco Sanctis (novela) edición en 1984
  • En la noche (cuentos) edición en 1985
  • Chau, Pericles (teatro completo) edición en 1986
  • La rapsodia de Raquel Liberman (novela; dos tomos de tres concluidos; 1987
  • El cielo entre los durmientes(cuento)

Mientras agonizo (1930), la obra maestra de William Faulkner ANALISIS

Mientras agonizo (1930), la obra maestra de William Faulkner

Mientras agonizo de William Faulkner. (PDF)

El mejor comienzo de toda la novela norteamericana del siglo veinte pertenece a Mientras agonizo (1930), la obra maestra de William Faulkner. El libro consiste de cincuenta y nueve monólogos interiores, cincuenta y tres de ellos de miembros de la familia Bundren. Los Bundren son un orgulloso clan de blancos pobres que entre inundaciones y fuegos pugnan heroicamente por llevar el ataúd que contiene el cadáver de Addie, la madre, al cementerio de Jefferson, Mississippi, donde ella deseaba que la enterraran junto a su padre. Diecinueve secciones, incluida la primera, son habladas por el notable Darl Bundren, un visionario que finalmente cruza la frontera de la locura. Al comienzo de la novela oímos la conciencia de Darl mientras va con su hermano enemigo, Jewel, hasta la casa en donde está muriendo Addie:

Jewel y yo subimos del campo, siguiendo el sendero en fila de uno. Aunque yo voy cinco metros por delante, cualquiera que nos mire desde la barraca del algodonal verá el raído y roto sombrero de paja de Jewel una cabeza por encima de la mía.

Al subir la cuesta, Darl oye a su hermano carpintero, Cash, serrando madera para el ataúd de la madre y hace esta observación desapasionada:

Buen carpintero. Imposible que Addie Bundren encuentre uno mejor ni una caja mejor donde estar. Le dará confianza y consuelo.

Sin el amor de Addie, el disociado Darl insiste en que él no tiene madre y su extraordinaria conciencia refleja la convicción. Severo, sencillo, digno, sugestivo, el comienzo de Mientras agonizo presagia la originalidad de la novela más sorprende del autor. Los rivales de Faulkner no escribieron nada parecido. El gran Gatsby de Scott Fitzgerald empieza con el padre de Nicle Carraway diciéndole: "Sólo recuerda que no todos en este mundo han tenido las ventajas que tuviste tú", admonición muy saludable de no criticar a los demás pero francamente lejana a la sublimidad de Faulkner. Por su pare, Hemingway empieza Fiesta con la siguiente ironía: "En un tiempo Robert Cohn había sido en Princeton campeón de boxeo peso mediano". Faulkner también está mucho más allá de esto. Creo que el único rival posible para el comienzo de Mientras agonizo, dentro de su tipo, es el de la pasmosa Meridiano de sangre (1985), de Cormac McCarthy, donde el narrador nos presenta al Chico, protagonista trágico a quien finalmente destruirá el siniestro y "yaguesco" juez Holden:

Vean al niño. Es pálido y flaco, lleva una camisa de hilo delgada y harapienta. Alimenta el ruego de la cocina. Afuera se extienden campos ensombrecidos con jirones de nieve y más allá bosques oscuros que todavía albergan algunos de los últimos lobos. Viene de una familia de talladores de madera y constructores de acequias pero en verdad su padre ha sido maestro. Se apoya en la bebida, cita poetas que ya nadie conoce. Acuclillado frente al fuego el muchacho lo mira.

En esta gran prosa se funden los acentos de Hermán Melville y de William Faulkner. Pero, como me ocupo de Meridiano de sangre al final de esta serie, vuelvo de momento a Mientras agonizo. El título se refiere a Addie Bundren, que muere poco después de que empiece el libro — un deliberado tour-de-force —, pero Faulkner citaba de memoria las amargas palabras que el espectro de Agamenón dice a Ulises en la Odisea (libro XI, el Descenso a los muertos):

Y la cara de perra, enviándome al Hades, no se dignó siquiera cerrarme los ojos mientras agonizaba.

Asesinado por su mujer y el amante de ésta, tanto Agamenón como su destino tienen poco que ver con la novela. Faulkner quería más la frase que el contexto y la tomó, aunque acaso también haya querido sugerir que la falta de amor entre Addie Bundren y su hijo tiene alguna semejanza con la relación de Clitemnestra con Orestes y Electra. Clitemnestra es la "cara de perra" que envía a Agamenón al Hades sin cerrarle los ojos, y en todo caso Addie es más desagradable aún que ella.

Aunque Faulkner no numera los cincuenta y nueve monólogos interiores que constituyen el libro, sugiero al lector que por comodidad, y en bien de las referencias bibliográficas, lo haga en su ejemplar de bolsillo. Addie sólo dice una sección, la cuadragésima, pero le alcanza para enajenar a cualquiera:

Me acuerdo que mi padre siempre decía que la razón de vivir era prepararse a estar mucho tiempo muerto. Y como yo tenía que mirarlos un día tras otro, cada cual con su secreto y su pensamiento egoísta, y con la sangre extraña a la sangre del otro y a la mía, y pensaba que al parecer para mí ese era el único modo de prepararme para estar muerta, odiaba a mi padre por haber tenido la idea de plantarme. No veía la hora de que cometieran una falta para poder azotarlos. Cuando caía el látigo lo sentía en mi carne; cuando abría y laceraba la que corría era mi sangre, y con cada latigazo pensaba: ¡Ahora os enteráis de que existo! Ya soy algo en vuestra vida secreta y egoísta, ahora que os he marcado la sangre con mi sangre para siempre...

Uno empieza a comprender por qué esta mujer sádicamente perturbada quiere que la entierren junto al padre. Muerta, Addie es una maldición mayor aún que cuando vivía; esto vemos a medida que se nos cuenta la saga grotesca, heroica, a veces cómica y siempre atroz de los cinco hijos y el marido que cruzan fuegos y torrentes para llevar el cadáver hasta el deseado lugar de reposo. Farsa trágica, Mientras agonizo tiene, no obstante, inmensa dignidad estética y es una sostenida pesadilla de lo que, sombríamente, Freud llamó "novela familiar". Ciertos críticos píos han tratado de interpretarla como afirmación de los valores familiares cristianos, pero creo que semejante juicio dejará al lector perplejo. Como en otros momentos de su gran década (1929 — 1939), la visión novelística de Faulkner se basa en un horror de familias y comunidades y ofrece como valor único la paciencia estoica, que en este caso no basta para salvar al dotado Darl Bundren del loquero.

Las tonalidades de los monólogos interiores — sobre todo de los diecinueve de Darl — son tan irónicas, que al principio el lector puede sentir que Faulkner prescinde demasiado de guiarle la respuesta. No hay género que pueda asistirnos para comprender esta epopeya de blancos pobres de Mississippi cumpliendo el último deseo de una madre espantosa. Prácticamente el único principio que une a los Bundren es el honor familiar, ya que el padre, Anse, es a su modo tan destructivo como Addie. Los tres monólogos que se le dan a Anse — los número 9, 26 y 28 (si uno los numera) — lo establecen como un manipulador caprichoso, terco y taimado, tan egoísta como la mujer.

Dewey Dell, única hija, tiene su dignidad; pero no encuentra fuerzas para llorar a la madre porque, como blanca pobre soltera y embarazada, está obligada a buscar en vano un modo de abortar en secreto. El niño Vardaman simplemente niega la muerte de Addie; hace agujeros en el ataúd para que respire y al fin la identifica con un gran pez que atrapó mientras ella agonizaba: "Mi madre es un pez". Faulkner centra la novela en la conciencia de Darl Bundren y en los actos heroicos de los otros hijos, Cash el carpintero y Jewel el jinete (hijo natural de Addie, fruto de una relación adúltera con el reverendo Whitfield).

Jewel es feroz, temerario y sólo capaz de expresarse mediante la acción intensa. Su único monólogo (el 4), una protesta contra Cash por la confección del ataúd, concluye con una visión posesiva: él protegerá a la madre moribunda de la familia y el mundo entero:

... no será con todos los cabrones de la comarca viniendo a mirarla porque si hay un Dios para qué demonios está. Será con ella y yo solos en lo alto de una colina y yo tirándoles a la cara las piedras de la colina, levantando piedras y arrojándoselas colina abajo a la cara y los dientes y todo por Dios hasta que ella esté tranquila...

Jewel y Darl se odian con pasión mutua y entre Darl y Dewey Dell hay una hostilidad oscura, implícitamente incestuosa. Cash, que mantiene un vínculo cálido con todos los hermanos, es simple, directo y heroicamente resistente, y como Jewel un hombre de valor físico irreflexivo. Pero Darl es el corazón y la grandeza de Mientras agonizo, y claramente el narrador sustituto de Faulkner.

Darl acaba en algo parecido a la esquizofrenia, pero es de una singularidad y un poder visionario imposibles de reducir a la locura. Todos los monólogos interiores son notables. He aquí el final del décimo séptimo de los diecinueve:

...y como el sueño es no — es y la lluvia y el viento son era, eso no es. Pero la carreta es, porque cuando la carreta sea era, Addie Bundren no será. Y Jewel es, así que Addie Bundren tiene que ser. Y entonces yo tengo que ser, si no no podría vaciarme para dormir en una habitación extraña. Y entonces si todavía no me he vaciado es que soy es.

Cuántas veces me he acostado con lluvia bajo un techo extraño, pensando en casa.

Dudoso de su identidad, Darl tiene una percepción shakesperiana de la nada que es una versión del nihilismo de Faulkner (siempre en la gran etapa de 1929 — 1939), y de su experiencia durante la guerra, que consistió en entrenarse como piloto de la Fuerza Aérea Británica pero no volar nunca. A Darl, que estuvo en la Primera Guerra Mundial, la experiencia apenas le ha marcado la conciencia. Como le repugna la terrible odisea de llevar el cadáver en carreta hasta donde Addie nació, casi sabotea el esfuerzo prendiendo fuego a un granero; pero sólo consigue inspirar en Jewel un heroísmo renovado.

Faulkner hace continuo hincapié en que Darl es un sabedor. Sabe que su hermana está embarazada, que Jewel no es hijo de Anse, que en el verdadero sentido su madre no es su madre y que la actitud humana es una especie de desastre aborigen. Y sabe que hasta el paisaje es un vacío, una caída desde una realidad previa. Así en la sección 34:

... Sobre la superficie incesante se alzan — árboles, cañas, enredaderas — sin raíces, cercenadas de la tierra, espectrales sobre una escena de desolación inmensa pero circunscrita llena de la voz del agua yerma y doliente.

Poeta y metafísico intuitivo, Darl se encuentra peligrosamente cerca de un precipicio al cual debe caer. Las heridas psíquicas que lleva son el legado de la frialdad de Addie y el egoísmo de Anse; está destinado a la demencia. Para él no hay salida; sólo siente deseo sexual por la hermana y la familia es su condena.

En el último monólogo (57) que le oímos está tan disociado que todas sus percepciones, más anómalas que nunca, lo observan en tercera persona. Dos guardias lo escoltan en tren al manicomio del estado, y la voz interior nos hace añicos:

Uno se sentó a su lado y el otro se sentó enfrente de él de espaldas al viaje. Uno tenía que viajar de espaldas porque el dinero del estado tenía una cara para cada reverso y un reverso para cada cara y ellos viajan con el dinero del estado lo cual es incesto. Las monedas tienen una mujer de un lado y un búfalo del otro; dos caras y ninguna espalda.

Partido en dos, Darl conversa consigo mismo pero no deja de ver: "el dinero del estado lo cual es incesto". Acecha este pasaje la rabelesiana burla de Yago del amor heterosexual — el amor es una bestia de dos espaldas —, pero hay una consideración más profundamente shakesperiana en el dinero del estado visto como incesto; no estamos muy lejos de Medida por medida.

Puede que Mientras agonizo se le haga difícil al lector. Bien, es difícil; pero legítimamente. Faulkner, que tenía una aguda necesidad de ser su propio padre, exaspera a ciertas feministas con su identificación implícita pero obsesiva de la sexualidad femenina con la muerte. La cordura de Darl muere con la madre, y en cierto sentido su trastorno explícita lo que en los hermanos permanece mudo. En este libro la naturaleza es en sí misma una herida. André Gide hizo la extraña observación de que los personajes de Faulkner carecían de alma; lo que quería decir es que los Bundren, como los Compson de El ruido y la furia, no tenían esperanza, no podían creer que alguna vez fueran a levantarles la condena. Dios se niega a entablar alianza alguna con los Bundren o los Compson, tal vez porque vienen de un abismo y a él deben regresar. Quizá por eso Dewey Dell grite que cree en Dios con tanta desesperación. Mientras agonizo hace un retrato catastrófico de la condición humana, con la familia nuclear como la catástrofe más terrible.

ROSAURA A LAS DIEZ (resumen y sintesis capitulo por capitulo)

rosaura a las diez (resumen y sintesis capitulo por capitulo)

Resumen de rosaura a las diez:

La novela Rosaura a las diez empieza con la declaración de la señora Milagros Ramoneda. Ella es la narradora y cuenta la historia de todo lo que ocurrió. Primero, ella dice que todo comenzó hace seis meses cuando el cartero trajo un sobre rosa. Pero, después de pensar más, dice que será mejor que diga que empezó hace doce años cuando un nuevo huésped vino a vivir en su casa. La Señora Milagros es una viuda y la dueña de la hospedería llamada La Madrileña. Ella tiene tres hijas, Matilde, Enilde, y Clotilde. Siempre había pensionistas viviendo en su casa. El hombre que llegó un día a La Madrileña se llamaba Camilo Canegato. Pidió un cuarto con pensión. Camilo era un poco misterioso porque no tenía ni un pariente. Su padre había muerto hace un mes. Estaba solo en el mundo y quería vivir en La Madrileña. Camilo era un pintor de cuadros y un especialista en retratos al óleo.
Milagros decribe los primeros días que Camilo vivió en su casa y entonces da solo un resumen de los doce años y continúa con el presente. Camilo era el huésped modelo, era calladito y modosito, pero tuvo secretos. Siempre iba a la mesa con muchos frascos de jarabes y pastillas. Cuando Milagros le preguntaba para qué tenía esa farmacia, Camilo le contestaba que tomaba las medicinas porque tenía fatiga en el cerebro y mucho sueño. Milagros le sugirió comer más. Otra cosa sospechosa era que durante los doce años, Camilo nunca recibió cartas o llamadas por teléfono, no tenía parientes ni amigos. Milagros y sus tres hijas eran la familia que él no tenía. Pero, ella cuenta que seis meses antes ocurrió algo insólito. El cartero trajó una carta para Camilo Canegato. Porque el sobre era de color rosa y tenía el olor de perfume, Milagros sabía que era correspondencia de una mujer. Después de este día, cada miércoles, llegaba por correo una carta dirigida a Camilo. Milagros y su hijas estaban muy interesadas en el misterio y ellas descubrieron el lugar donde Camilo escondía todas las cartas. Ellas leyeron las cartas y descubrieron que una mujer, que se llamaba Rosaura, estaba enamorada de Camilo.
Las cartas llegaron durante ocho semanas, y, un miércoles, llegó una carta donde faltaba el nombre de Camilo. Milagros leyó la carta antes que Camilo regresara a la casa. Ella no podía creer que Camilo haya vivido con ellas por tanto tiempo y nunca haya dicho nada de una mujer. Cuando él llegó a la hospedería todos se sentaron a la mesa y Milagros le preguntó a Camilo sobre la mujer y él les contó toda la historia.
Un día un hombre le preguntó a Camilo si quería ir con él porque tenía un cuadro deteriorado y pensaba que Camilo podía ayudarlo. Este hombre era muy rico y tenía una casa muy grande. Camilo aceptó el trabajo de la restauración del retrato de la difunta esposa de aquel hombre. Después de empezar el trabajo, el hombre le ofreció a Camilo otro trabajo. El hombre quiso que Camilo pintara un dibujo de su hija Rosaura. Camilo estaba muy feliz porque pensaba que Rosaura era muy bonita. La tía de Rosaura se sentaba con ellos cuando Camilo dibujaba, pero ella siempre se dormía. Durante las sesiones de pintura Camilo y Rosaura se enamoraron. Pero, un dia, llegó una carta de Rosaura que decía «Adiós para siempre». Rosaura terminó su relación porque su padre quería que ella se casara con su primo segundo. Camilo estaba muy triste pero sentía que no podía hacer nada. Milagros decía que él debía luchar por su felicidad. Toda la ayuda de Milagros y sus hijas fue inútil. Milagros sugería que Camilo la raptara, fuera por las calles con el retrato de Rosaura, o pusiera un aviso en todos los diarios con grandes letras: «Rosaura. Te espero. Camilo.» A Camilo no le gustaba ninguna de las ideas. Él solo se sentía más y más triste.
Una noche cuando todos cenaban, Rosaura llegó a La Madrileña a las diez. Milagros estaba muy felíz, la abrazó y la besó. Rosaura era muy bonita, no tenía ningún defecto físico. Ella era más valiente que Camilo porque dejaría todo y se vendría a La Madrileña. Durante todo eso, Camilo se quedó en el comedor y no habló. Milagros hablaba con Rosaura y descubrió que ella se había peleado con su padre la noche anterior y escapó. Pero Rosaura no decía mucho, no contestó a todas las preguntas de Milagros. Se quedó en silencio con ojos de perro apaleado. Milagros notó que Rosaura tenía manchas como de golpes y pensaba que el padre lo había hecho. Milagros dio un cuarto a Rosaura y David y Camilo se quedaron en el mismo cuarto. Había problemas porque David y Rosaura eran amigos. Camilo no dijo nada, pero era posible que él tuviera celos. Un dia Milagros oyó voces y gritos en el cuarto de Rosaura. Rosaura estaba llorando pero no dijo nada sobre lo que occurió.
A pesar de que Camilo y Rosaura nunca hablaron, ellos decidieron casarse. Cuando se estaban preparando para la boda necesitaban documentos de identidad. Rosaura tenía su cédula y Clotilde, una hija de Milagros, notó que el nombre en la cédula era Marta Córrega. Rosaura le explicó que solo firmó las cartas con el nombre «Rosaura,» y que su nombre realmente era Marta Córrega. Es un misterio por qué razón ella usó un nombre falso. Pero ellos se casaron y se fueron al Hotel Wien para la noche de bodas. De allí partirían al día siguiente para Córdoba, Argentina. Después de la celebración todos estaban un poco achispados y nadie notó la ausencia de David Réguel. Milagros despertó en la noche cuando oyó el timbre y muchas voces. Como un huracán entró David Réguel con las noticias. Dijo que Camilo Canegato mató a Rosaura en un hotel cerca de Rio de la Plata en Buenos Aires.
Cuando Milagros terminó contando su declaración, David Réguel empezó su versión de la historia. Él tuvo una perspectiva muy diferente, solo podría ver el mal en Camilo Canegato. Estaba seguro que Camilo mató a Rosaura y en su declaración a la policia habló de la motivación y dijo que el asesinato tuvo una razón. David tuvo una teoría completa con una tesis, hipótesis y demostración. Era muy obvio que él era más culto y mundano pero sus ideas eran muy negativas. Dijo que Camilo era un «gurrumino» (Denevi 102) y desconfiaba a causa de su vulnerabilidad física. Dijo que Camilo era un hombre que produjo resentimientos y un hombre así era potencialmente peligroso. Camilo se enojó pero nunca dijo nada, solo sudaba mucho. David también contó que Milagros lo trataba sin ninguna consideración y lo explotaba.
David admitió que le gustaba Rosaura, pero también que ella era una de esas espléndidas mujeres que tenían que pasarse la vida encerradas en sus casas. Ella era espiritualmente frustrada. Solo quería a Camilo porque los pintores tienen una aureola falsa de genialidad triste y dulzona. Pero David dijo que Camilo tenía una doblez inconcebible. Un momento Camilo estaba muy tranquilo y el próximo estaba violento. Rosaura no sabía nada del mundo. En la casa de Rosaura, Camilo tenía un poder infinito. Por esta razón, Camilo seducía a Rosaura. David pensaba que la relación entre Rosaura y Camilo llegaría a un momento en que la víctima no ofrecería ya ningún nuevo incentivo a la tentación del corruptor. Camilo no quería una afinidad con Rosaura, la detestó. Él no podía dejar a Rosaura porque ella sabía donde él vivía. Camilo quería mudarse pero Milagros dijo que él no podía. David hablaba del sábado cuando todos estaban dormidos. Él vio a Camilo en puntas de pies y lo espió. Camilo entró del cuarto de Rosaura y le habló brutalmente. Dijo que era necesario que ella se fuera. Pero, finalmente, Rosaura se casó con Camilo y estaba contenta. Después de la boda, los dos salieron para el Hotel Wein, pero en realidad fueron a un hotelucho infame llamado Hotel La Media Luna. Era misterioso porque el hotel era muy malo, ¿por qué se quedaron allí? David y la policía veían a Rosaura muerta en su cuarto y David estaba seguro que Camilo la mató.
Después de la declaración de David Réguel, se inicia una conversación entre Camilo y un inspector llamado Julián Baigorri. Camilo contestó las preguntas del inspector pero decían una historia totalmente diferente que la que contaron Milagros o David. Dijo que trabajó en el taller y fue un restaurador de cuadros, pero no pintó, solo restauró. A veces pintaba dibujos usando una foto para el diseño. Su padre era severo y silencioso y nunca conoció a su madre porque ella murió cuando era niño. A Camilo le gustaba Milagros y sus hijas. Ellas eran como una familia, eran buena gente. Se quedó en La Madrileña por doce años porque sentía terror por cualquier cambio.
El inspector acusó a Camilo por la falsificación del documento de Rosaura, pero Camilo dijo que Rosaura jamás existió y que Señor Belgrano no tuvo ninguna hija. Camilo dijo, «Pero, en esa realidad, yo interpolé un sueño, y mi sueño se llama Rosaura, yo introduje un fantasma, y el fantasma se llama Rosaura» (Denevi 129). Rosaura era una pura invención de su mente. Camilo escribió todas las cartas, tenía la escritura redonda y prolija como una mujer. Fabricó todo en su cabeza. Dijo, «Soñar, vivir, ¿dónde está la diferencia?» (Denevi 130). Sus sueños expresan sus deseos reprimidos. Soñaba con Rosaura durante el día cuando estaba despierto. Soñaba que una mujer le amaba y usaba la relación entre Matilde y Hernández como ejemplo. Camilo dijo, «Soñé hasta el punto de hacer que mi sueño penetrara en la realidad» (Denevi 133). El inspector dijo que Camilo era un loco o un cínico.
Cuando «Rosaura» llegó a La Madrileña Camilo la ignoró. Dijo que no recordaba nada en el tiempo en que Rosaura llegó y cuando ellos estaban en el carro. En la habitación del hotel Rosaura se reía locamente. Camilo quería que ella se detuviera y él oprimió su garganta. Camilo salió, pero cuando salió ella estaba viva. Ella respiraba y le miraba. Cuando volvió un rato después, con David Réguel y la policía, ella estaba muerta. Era posible que otra persona la matara. El hombre del hotel estaba afuera de la puerta. Tenía una cara con cicatrices y se llamaba Turco. También había un muchacho alto vestido con una camisa amarilla. Este hecho es muy importante porque entonces la historia es más complicada.
La ultima declaración es de la Señorita Eufrasia Morales. Ella trabajaba en La Madrileña y hasta entonces estaba escondida. Ella no tuvo una gran parte en la historia, pero era posible que ella guardara un objeto de mucha importancia. Habló de la mucama de la hospedería, llamada Elsa. Elsa trabajó en La Madrileña desde hace varios años y amaba a Camilo Canegato. Ella limpiaba su cuarto y le servía la comida. Pero, cuando ella supo que él andaba de amores, las dos muestras de predilección desaparecieron instantáneamente. Solo Eufrasia se daba cuenta de que Elsa espiaba a Camilo. Eufrasia hablaba de la tarde del sábado cuando ella dejaba de tejer y se acostaba. Pero su cama estaba junto a la pared que separaba su habitación de la que fue de Rosaura. Oyó voces que parecían como una disputa, pero no entendía una sola palabra. Escuchó un rato y oyó que Rosaura dijo, «Para que me vaya vas a tener que darme todo lo que tenés en el banco. Ni por un peso menos me voy de aquí» (Denevi 150). Todas las personas corrieron al cuarto cuando escucharon los gritos. Elsa estaba en el cuarto de Rosaura con todos los huéspedes y no había vuelto a su habitación después. Cuando Rosaura y Milagros fueron al comedor, Elsa entraba al cuarto de Rosaura. Aquel día Rosaura perdió una carta que había escrito. Ella pensó que Camilo la robó. Pero al día siguiente Elsa pidió un dia libre. Ella era un poco sospechosa.
La parte final del libro incluye la carta desaparecida de Rosaura. Elsa tenía la carta. La escritura no guardaba ninguna semejanza con las otras cartas que Camilo recibió. La tercera página fue bruscamente interrumpida. La carta estaba dirigida a Rosa China, la mujer que lavaba la ropa de Camilo. Fue escrita por Marta Correga (Rosaura) a su tía Rosa. Marta Correga usó el nombre de Rosaura para esconder su identidad. Ella justo salió de la prisión después de cinco años. Entró cuando tenía veintiséis años y cuando salió, se sentía mucho más vieja. No tenía nada, caminaba por las calles sin un centavo. Todo era diferente en su mundo y sus amigos no vivían en los mismos lugares. Ella llegó al Palacio Marinera donde vivía Iris, una amiga. Era rebajarse demasiado, pero ellas fueron a vivir juntas como dos hermanas. Iris la ayudaba mucho. Consigió una nueva cédula de identidad para Marta. María Correa pasó a llamarse Marta Correga. Entonces, ella tuvo dos nombres antes de Rosaura.
Turco era el dueño del Palacio Marinera y tenía cicatrices en su cara. Era amigo de Iris y fabricó la cédula de Marta. Cuando Iris le preguntó a Marta si ella quería trabajar para ellos, Marta dijo que no le gustaba Turco. Había un otro hombre llamado Ministro que era el ayudante de Turco. Él había golpeado a Marta porque no le gustan las mujeres. Ministro era un mal hombre. Marta escribió que había descendido a lo más bajo y no le gustaba. Entonces ella escapó. Pero, luego estaba sola en la ciudad y sola en el mundo. Recordó que su tía planchaba la ropa de un hombre que se llamaba Camilo Canegato en la pensión La Madrileña. Su tía Rosa China, le dio una foto de ella a él y Camilo pintó el retrato. Marta solo quería encontrar a Camilo para recuperar su dinero, y si era necesario, ella casaría con él. Se maquilló y fue a La Madrileña. Cuando llegó la gente salió del interior de la casa y le llamó Rosaura. Ella no entendió porqué.
Por todo esto, la novela Rosaura a las diez era complicada y muy compleja. Porque todos los testigos dieron sus propias declaraciones, no se podía saber la verdad hasta el final. Camilo imaginó a Rosaura, pero ella nunca existió. Tenía una foto de Marta Correga y la llamada «Rosaura». Fue una coincidencia que Marta llegara a La Madrileña y quisiera casarse con Camilo. Al final, Camilo estranguló a Marta pero no la mató. El hombre llamado Turco fue el asesino.

El cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell

El cuarteto de Alejandría

El cuarteto de Alejandría (The Alexandria Quartet) es una tetralogía de novelas del escritor Lawrence Durrell, que se publicaron desde 1957 hasta 1960. Tuvieron un gran éxito, tanto de crítica como de público. Presentan cuatro perspectivas diferentes de un mismo conjunto de personajes y acontecimientos que tienen lugar en Alejandría, Egipto, antes y durante la II Guerra Mundial.
Las cuatro novelas son:
<![if !supportLists]>·         <![endif]>Justine (1957)
<![if !supportLists]>·         <![endif]>Balthazar (1958)
<![if !supportLists]>·         <![endif]>Mountolive (1958)
<![if !supportLists]>·         <![endif]>Clea (1960)
Es El cuarteto de Alejandría la obra que le convierte en un clásico de nuestro tiempo, debido en buena medida a su exploración de las posibilidades del lenguaje narrativo, y que provocó entusiastas comparaciones del autor con Proust y Faulkner. Como buena parte de su narrativa, procede de su experiencia personal como diplomático en Grecia, Yugoslavia, Chipre y Egipto y se caracteriza por la experimentación formal en cuanto al tratamiento del tiempo y el espacio.
En 1957, publicó "Justine", la primera novela de la tetralogía. Estas obras se refieren a los acontecimientos en Alejandría justo antes y durante la segunda guerra mundial. Los primeros tres libros cuentan en esencia la misma historia, pero desde diferentes perspectivas, una técnica que Durrell describió en su nota introductoria a "Balthazar" como "relativista". Sólo en la parte final, "Clea", la historia avanza en el tiempo y alcanza un desenlace.
En estas novelas investiga el amor en todas sus formas, y pasajes de gran belleza se mezclan con estudios sobre la corrupción y con una compleja investigación sensual.
El cuarteto impresionó a los críticos por la riqueza de su estilo, la variedad y viveza de sus personajes, su movimiento entre lo personal y lo político, y sus localizaciones exóticas en la ciudad y sus alrededores que Durrell retrata como su principal protagonista: "... la ciudad que nos usaba como su flora - precipitando en nosotros conflictos que eran de ella y que nosotros erróneamente creíamos que eran nuestros: ¡querida Alejandría!" En la crítica sobre el Cuarteto del suplemento literario de The Times, se afirmaba: "Si alguna vez una obra llevó una firma instantáneamente reconocible en cada frase, esta es". Se sugirió que Durrell podría ser nominado al premio Nobel de Literatura, pero esto no llegó a materializarse.
Dada la complejidad de la obra, probablemente fuese inevitable que la versión en cine de George Cukor: Justine (1969) simplificase la historia hasta el punto del melodrama, y no fue bien recibida.