domingo, 14 de septiembre de 2014

Incesto y espacialización del psiquismo en "Casa tomada"

Incesto y
espacialización
del psiquismo
en "Casa tomada"
de Cortázar

     


Valentín Pérez Venzalá (*)
venzala@mx3.redestb.es



"Lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto se ha revelado".
Schelling

"Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo".
Cortázar

Cortázar, como maestro del relato breve, ha sido precedido por grandes escritores, algunos de los cuales están presentes de alguna manera en la obra del argentino. Se ha destacado, por ejemplo, la influencia de Jorge Luis Borges o de Juan José Arreola1, y el propio Cortázar acepta que su inclinación a lo fantástico proviene de Edgar Allan Poe2, que él mismo tradujo al castellano. Pero si la presencia de Poe, como acepta Cortázar, está presente implícitamente en sus cuentos, creemos que aparece de forma explícita en el que nos proponemos comentar. "Casa tomada"3 se nos muestra, en buena medida, como respuesta a otro relato de Poe, "La caída de la casa Usher", en el que se encuentran varios elementos que se repiten en el de Cortázar, aunque desde una concepción distinta de lo fantástico y de la propia literatura. El fecundo diálogo entre ambas obras nos permite iluminar zonas oscuras de la enigmática narración cortazariana y abordar una interpretación de la misma.

"La caída de la casa Usher" de Poe4 nos presenta una casa habitada desde siglos por una familia, perpetuada siempre en línea directa, y en la que ahora viven dos hermanos solteros, hombre y mujer. La casa ofrece un aspecto siniestro al narrador-testigo que visita a su antiguo amigo, Roderick Usher, atenazado por un mal de familia que se refleja a la vez en ataques catalépticos, especialmente en el caso de su hermana, y en una gran sensibilidad que ha permitido a la familia Usher dar muestra de "numerosas y elevadas concepciones artísticas". Su hermana está a punto de morir, lo que agrava el mal de Roderick que tiene, por otra parte, la sensación de que la casa ejerce un influjo maléfico sobre él. Lady Madeline muere y, dada su peculiar enfermedad y para evitar la curiosidad médica, su hermano prefiere guardar el cadáver unos días en una vieja cripta en lo profundo de la mansión. Una noche de tormenta en la que el propio narrador siente una gran agitación, recibe en su habitación a su amigo, que ha ido empeorando en los últimos días, al que intenta tranquilizar leyendo unas páginas de un libro en el que un personaje fuerza la puerta de una casa y se enfrenta a un dragón. Sin embargo, la agitación del narrador va creciendo porque cada uno de los sonidos que describen las páginas del libro parece tener eco en un sonido en la propia casa Usher. Roderick confiesa finalmente que en realidad se trata de su hermana, enterrada viva, que ha logrado liberarse del ataúd y salir de la cripta y sube ahora las escaleras para vengar la precipitación de su hermano. Y así es, la puerta se abre y la amortajada y ensangrentada lady Madeline cae finalmente en un abrazo mortal sobre su hermano. El narrador huye despavorido y observa, ya a salvo, cómo la casa se derrumba y es tragada por el tétrico estanque situado a sus pies.

Es evidente la importancia de la dimensión espacial en ambos relatos en los que, desde el propio título, la casa cobra un valor predominante, e incluso se convierte en actante fundamental en la narración, como un personaje más. En el relato de Poe la casa aparece personificada desde el principio a través de la descripción que nos presenta el narrador, incidiendo especialmente en la extraña atmósfera que la rodea, y que se asimila a la respiración de un ser vivo5, y en las ventanas que a lo largo de la narración son comparadas a ojos vacíos6. Asimismo el propio Roderick Usher considera que la casa ejerce sobre él un influjo negativo. También en el relato de Cortázar la condición de personaje de la casa viene determinada por las propias palabras del narrador quien, tras referirse brevemente a él y a su hermana, nos da el verdadero motivo de su escribir: "Pero es de la casa que me interesa hablar...". La casa como personaje adquiere, además, los caracteres de personaje siniestro que enumera Freud en su obra Das Unheimliche7; es decir, aparece como portadora de maleficios, en la impresión de su habitante, como también resulta siniestra al visitante, y, sobre todo, como doble, pues la casa se convierte en reflejo de toda la genealogía que ha vivido en ella, y especialmente de Roderick. Tal identificación se manifiesta, por ejemplo, en la coincidencia entre las ventanas de la casa similares a ojos vacíos y la paulatina perdida de brillo en los ojos de Roderick a lo largo del relato, e igualmente aparece claramente al declarar el narrador la polisemia del término casa: "extraño y equívoco nombre de Casa Usher, nombre que parecía incluir, entre los campesinos que lo usaban, la familia y la mansión familiar". Cortázar incide en esa misma idea al decirnos, al comienzo del relato, que la casa guardaba los recuerdos de "nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia". Y por otra parte la identificación de los personajes con la casa que habitan está clara no sólo en la dedicación de que es objeto por parte de los dos hermanos, sino porque el propio narrador anuncia su deseo de destruirla antes de su propia desaparición8.

Otra coincidencia entre ambas obras es que la casa está habitada precisamente por dos hermanos, de sexo distinto; dos hermanos que son los últimos de una larga genealogía9 que está condenada a sucumbir porque no han contraído matrimonio. Ambas obras se construyen, principalmente, pues, en torno a un triángulo de personajes; la casa y los dos hermanos que la habitan, y el núcleo del relato es precisamente el conjunto de interacciones entre ellos que, en el caso de la obra de Poe, son observadas por un narrador-testigo.

Parece también clara la sugerencia de una posible relación incestuosa en ambas parejas de hermanos. En el relato de Poe se sugiere al informarnos que del antiguo tronco de los Usher no había brotado nunca rama duradera porque "toda la familia se limitaba a la línea de descendencia directa y siempre, con insignificantes y transitorias variaciones, había sido así". Además, el propio Roderick se refiere a su hermana como "tiernamente querida" y "su única compañía durante muchos años"10. Por su parte, en "Casa tomada" el narrador nos habla de su "simple y silencioso matrimonio de hermanos" y, como veremos, otras son las referencias que sugieren esta posibilidad11.

En ambos relatos la pareja de hermanos vive en un alto grado de aislamiento. Roderick confiesa a su amigo que "durante muchos años, nunca se había aventurado a salir" de la casa, e igualmente la pareja de Cortázar abandona en rara ocasión la suya; tan sólo él lo hace los sábados con una clara finalidad -buscar libros franceses, aunque tal búsqueda él mismo la sabe baldía- y ella ni siquiera, pues confía en el gusto de él para adquirir la lana que le permite tejer largas horas. Tal aislamiento está vinculado a la sugerida relación incestuosa. Se trata el viejo conflicto familia versus sociedad, que no es sino el conflicto endogamia versus exogamia de las sociedades primitivas donde precisamente el incesto era la norma. Pequeños grupos humanos cerrados sobre sí mismos se perpetuaban siempre en relaciones que no podían sino ser incestuosas, porque precisamente lo prohibido eran las relaciones con miembros de otros grupos. Por tanto parece que hay una clave antropológica en la lectura de este relato que nos permite comprender ese aislamiento como resultado de una relación incestuosa, por latente que ésta sea en un principio. Prueba de ello es la aceptación de que tal relación viene determinada por la propia casa, identificada con el linaje, como hemos visto: "A veces llegamos a creer que era ella [la casa] la que no nos dejó casarnos", como también Roderick sospechaba un influjo de la mansión a este respecto.

Tal aislamiento así como la cerrazón de la familia sobre sí misma conduce finalmente a su destrucción. Tal es la idea de "La caída de la casa Usher" donde el linaje se agota finalmente en sí mismo y es simbólicamente tragado por el tétrico estanque que a lo largo del relato se ha mostrado también como doble de la casa -y por tanto del linaje- pues la reflejaba12. De esta forma, casa y linaje son devorados por sí mismos. Se trata de la autofagia a la que tarde o temprano conduce la endogamia, no porque el incesto en sí lleve a la muerte13 -aunque evidentemente en el relato se sugiere que el mal de familia tiene que ver con una sangre mezclada consigo misma a lo largo del tiempo- sino porque precisamente el aislamiento a que esa situación conduce produce tarde o temprano su destrucción. Los grupos endogámicos acababan por solaparse espacialmente con otros, lo que produce una mutua hostilidad, por lo que el hombre acabó enfrentándose, como dice Lévi-Strauss, recordando a Tylor, a la disyuntiva entre "casarse" fuera del grupo, o ser matado dentro del grupo14. Evidentemente se optó por la primera solución; por tanto, la prohibición del incesto no tiene un origen moral, como puede considerarse en la actualidad, sino "político" ya que fue una forma de evitar los conflictos entre grupos cerrados entre sí y que, por otra parte, se necesitaban mutuamente. La prohibición del incesto supuso el paso de la familia a la sociedad ya que, como dice Lévi-Strauss, "si la organización social tuvo un principio, éste sólo pudo haber consistido en la prohibición del incesto"15.

La idea del derrumbamiento de la casa que realmente acontece en el relato de Poe, como resultado de esa autofagia de la endogamia, también aparece en el de Cortázar aunque tan sólo como designio anunciado por el propio narrador al principio, pero indica en definitiva la misma idea de "necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa", y de destrucción de un linaje decadente.

Los personajes parecen, pues, tener claro en ambos relatos la influencia de la casa y por consiguiente de la larga descendencia que la ha habitado, en su situación de aislamiento y probablemente también en ese estado de "matrimonio de hermanos" en el que viven ambas parejas. El narrador de "Casa tomada " manifiesta que han tenido a veces la idea de que la casa no les dejó casarse, lo cual es una manifestación de ese aislamiento endogámico que les impide salir al exterior, a la sociedad16 y así, en buena medida, los dos hermanos están atrapados dentro de su casa, de la misma forma que lo estaba Roderick quien también explicaba esa situación en relación con la casa17. Pero además al reconocer el narrador la posible influencia -maléfica en cierta medida- de la casa, nos está presentando la casa como personaje siniestro, es decir, como en el caso del relato de Poe, con los caracteres de doble -doble de la familia y de los propio personajes- y de portador de influencias maléficas que encontraba Freud en esta clase de personajes.

Nos parece pues que esa situación de aislamiento y la identificación de los dos hermanos con la casa que a su vez se identifica con un largo linaje en ambos relatos, es el resultado de una relación incestuosa que aparece quizá tan sólo de forma latente en el cuento de Cortázar, y probablemente consumada en el de Poe. Tal relación incestuosa nos da una clave antropológica que nos explica el aislamiento de los hermanos, pero también nos da una clave psicológica pues el incesto aparece como deseo normal y habitual en los primeros estadios de la vida del ser humano quien evidentemente tiene en los miembros de su familia los primeros objetos de deseo sexual18, como en la infancia de la humanidad, los miembros del grupo se relacionaban sexualmente entre sí. El paso de ese estadio primitivo a uno más avanzado, como sucede con el crecimiento del niño, lleva a la prohibición del incesto en un caso, y a la represión psíquica del mismo en el otro, produciendo -según Freud- elementos fundamentales del psiquismo humano. En ambos casos el incesto es sustituido por otro tipo de manifestaciones sexuales. Sin embargo, en los relatos que nos ocupan, la relación incestuosa se nos aparece sugerida en varias ocasiones, aunque, como dice Jean L. Andreu, nada nos permite afirmar esta relación con seguridad19.

Desde esta visión de la situación del relato podemos abordar la hipótesis de que los invasores que, con tanta naturalidad, van expulsando a los dos hermanos de la casa, no son en realidad más que el deseo incestuoso que desde el inconsciente, identificado con la parte más profunda de esta casa-familia-psiquismo, va emergiendo hacia la superficie de la conciencia, identificada finalmente con el exterior de la casa. Tal idea viene también corroborada porque la situación es similar en el relato de Poe donde Roderick intenta reprimir su deseo incestuoso ocultando el objeto, su propia hermana, en la parte más profunda de su casa, una vieja cripta. Sin embargo el deseo consigue emerger finalmente y lady Madeline logra abrir su ataúd así como la puerta de hierro y subir las escaleras hasta la habitación donde se encuentra Roderick y consumar ya el incesto en un macabro abrazo final que viene a tener su paralelo en el gesto del narrador del cuento de Cortázar de coger a Irene por la cintura.

La casa es pues, realmente, el auténtico protagonista. El relato se inicia directamente hablando de ella: "nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua...."; con lo que nos da además una primera descripción que se continúa en el siguiente párrafo al referirse nuevamente al placer que les produce: "Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa..". La casa, que parece evidentemente proporcionar satisfacción a los dos hermanos, nos es presentada a través de cuatro características básicas repartidas en dos parejas: espaciosa y antigua, primero y, más adelante; profunda y silenciosa.

Estos cuatro adjetivos creemos que muestran una relación básica con la mente humana. En primer lugar su antigüedad que aunque más directamente relacionada con la lectura antropológica no deja a su vez de relacionarse con el ámbito familiar en el que surge el psiquismo, pues el propio narrador nos dirá que la casa "guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia"20, y precisamente los recuerdo de la infancia son fundamentales en la configuración del carácter, por cuanto éste se origina -siempre según Freud- durante esos primeros años y en su génesis toman parte muy activa los deseos incestuosos. A continuación el narrador nos presenta sus dimensiones -espaciosa y profunda- que, creemos, son aplicables también a la mente humana caracterizada por una amplitud que en gran medida aún nos es desconocida. Y el último adjetivo, y fundamental como veremos, es el que se refiere a su silencio, que también es una manifestación de la identificación de la casa con el psiquismo, pues el silencio frente al ruido es precisamente la simbolización que se realiza en el relato para referirse a la represión y a la emergencia de lo reprimido respectivamente.

El narrador presenta a continuación la idea del incesto y la idea de la endogamia: "A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo y a mí se me murió María Esther antes de que llegáramos a comprometernos". Y seguidamente nos presenta más claramente la situación: "Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa". El narrador nos da ya algunas claves. Al hablar de inexpresada idea nos sitúa ya en un ámbito de preconsciencia, y evidente es la mención al matrimonio de hermanos, que el narrador califica como silencioso. Prueba más de la identificación de los personajes con la casa es que el silencio ha sido destacado como atributo de ésta y, como veremos, el silencio se relaciona con la situación de represión en la que los impulsos permanecen dormidos o latentes, mientras el ruido será la señal de la emergencia de lo reprimido. Todo lo cual nos sitúa todavía en una situación incestuosa reprimida -matrimonio silencioso- y en un ámbito en el que tal deseo, y por supuesto su represión, es todavía inconsciente -inexpresada idea-.

La influencia de la casa sobre los hermanos viene además determinada por la dedicación de que es objeto, especialmente a través de la limpieza, que aparece casi como una obsesión y que asimismo podemos interpretar simbólicamente como referencia a la represión, es decir, a la necesidad de eliminar ciertos impulsos, como se elimina la suciedad, aquí identificada precisamente con un polvo que por más que se limpia "después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos". Los dos hermanos no atraviesan nunca la puerta de roble que divide en dos la casa, salvo para llevar a cabo esta tarea, que parece ser lo más importante para ellos: "nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia".

Pero la represión del deseo incestuoso se ve con claridad en el hecho de que ambos hermanos, y especialmente Irene, subliman ese deseo realizando otra actividad. En el relato de Poe también Roderick manifestaba una serie de sublimaciones artísticas que, según el narrador, eran características del linaje pues éste "se había destacado desde tiempos inmemoriales por una peculiar sensibilidad de temperamento, desplegada, a lo largo de muchos años, en numerosas y elevadas concepciones artísticas". Roderick toca la guitarra, improvisa versos y pinta, y no es casualidad que el poema se titule "El palacio hechizado" ni tampoco que pinte una profunda gruta que es también una representación de su psiquismo, y viene a coincidir simbólicamente con la cripta en la que guarda el supuesto cadáver de su hermana. En el relato de Cortázar la sublimación es evidente en el caso de Irene que se dedica a tejer todo el día, y él, que se encuentra en un cajón un montón de prendas, nos dice "no sé por qué tejía tanto". Así pues, creo que es evidente que Irene sublima así la situación latente de incesto21, y parece claro que es una Penélope que evita tomar marido -"Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo"-, como si esperara la llegada del auténtico, el cual, sin embargo, resultara ser su propio hermano tal y como pondrá de manifiesto el desvelamiento final a modo de anagnórisis. La relación con Penélope queda más clara cuando el narrador nos comenta que "a veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba". Por supuesto que está también presente el mito de Ariadna y Teseo, pues en cierta medida también la casa es un laberinto -y el laberinto es el mejor símbolo espacial para el propio psiquismo- y no olvidemos que el mito de Ariadna y Teseo fue tratado por Cortázar en Los Reyes, donde precisamente a Ariadna y al Minotauro les une un deseo incestuoso22. A su vez él parece sublimar su deseo a través de la lectura de libros franceses, pero prueba de que su sublimación es menor es que él mismo sabe en cada salida que no va a encontrar ningún libro interesante pues "desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina". Sin embargo esas salidas también proporcionan lana a Irene23 que confía en él para que la elija, mostrando por una parte su falta de voluntad o al menos su sometimiento a la voluntad del hermano -Irene significa precisamente "paz", lo que se relaciona con la tranquilidad y el silencio de la casa y de ese "matrimonio de hermanos", y precisamente, por la forma en que nos la presenta su hermano, "Irene era una chica nacida para no molestar a nadie"-, y por otro la poca importancia que tiene en sí la actividad de tejer, por innecesaria e improductiva, y en la que evidentemente lo de menos es la lana, el color, o lo que se teje, sino que lo fundamental es esa actividad que permite "vivir sin pensar".

Los cuatro primeros párrafos constituyen una primera parte del relato, que podemos calificar de introductoria, y finaliza, como la mayoría de las partes, con una especie de epifonema a modo de conclusión y resumen de lo dicho, y que es sobre todo una forma de introducir la subjetividad del narrador y da al relato normalidad y cotidianidad. Esta primera parte finaliza con un "era hermoso", refiriéndose a ver tejer a su hermana, que incide en la nostalgia de un tiempo perdido. Pero, por ejemplo, tras la primera "toma" de la casa el narrador concluirá, con la mayor normalidad y como si del hecho ésta fuera la única conclusión o recuerdo que le queda, la referencia al chaleco que en ese momento tejía su hermana: "A mi me gustaba ese chaleco". Otro de los fragmentos del relato concluye con un epifonema de valor de sentencia, que no puede ser más significativo: "se puede vivir sin pensar".

Tras la primera parte introductoria se produce una de las pausas descriptivas de las dos que anteceden a las dos "tomas" sucesivas de la casa. Esta primera pausa es fundamental por cuanto describe la casa, y es aquí donde encontramos lo que hemos llamado la espacialización del psiquismo, es decir que se produce una relación entre la distribución de la casa y la que se ha imaginado para el psiquismo humano. Cortázar nos describe una casa con dos partes bien diferenciadas, una de las cuales es precisamente la que está en el fondo de esa "casa profunda" y que sus habitantes no utilizan, en "la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peñá"24, y entre ambas partes se encuentra "una maciza puerta de roble [que] aislaba esa parte del ala delantera"25. Parece pues evidente la relación de esta distribución del espacio y la de la mente humana según la representó Freud, de esta forma consideramos la parte más retirada de la casa como el inconsciente y la parte delantera, el preconsciente, y así entre ambas, representada por la maciza puerta de roble, tendríamos lo que Freud llamó censura, precisamente lo que "aísla" inconsciente y preconsciente26. El narrador además nos dice que "cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora"; es decir, muy pequeño, y precisamente en esa pequeña parte viven los dos hermanos.

Varios son los relatos de Cortázar en los que el espacio exterior y el del interior de la mente se confunden o identifican, así sucede por ejemplo en "Cefalea", donde el espacio de la casa, con las mancuspias haciendo ruidos sobre ella se confunde con el dolor de cabeza de los protagonistas27, y precisamente esto sucede también de noche y los personajes prefieren "no pensar y cerramos la puerta con delicia, replegados a la casa donde todo es más nuestro"28. Algo similar sucede en "Verano"29 donde además también tenemos una casa habitada por una pareja30 -en este caso un matrimonio- y amenazada con ser invadida por un caballo que Zulma, la mujer, teme que deje entrar la niña que les han dejado a su cargo por una noche. El caballo en este caso es claramente representación de los deseos sexuales, pues como tal es un símbolo conocido, piénsese por ejemplo en otro caballo que, simbólicamente, amenaza una casa en La casa de Bernarda Alba de Lorca. La relación pues entre "Verano" y "Casa tomada" parece evidente por la repetición de una pareja rutinaria que habita una casa y la presencia de ruidos en la noche -que en este caso sí se identifican con un emisor concreto, un caballo- que en definitiva representan deseos sexuales reprimidos. También "Bestiario"31 nos presenta una casa amenazada por la presencia de un animal, en este caso un tigre, que se pasea por ella con libertad y que los habitantes deben evitar. Precisamente entre los habitantes se encuentran dos hermanos, uno de los cuales, el Nene, siente deseos incestuosos por su hermana, Rema. Finalmente la niña visitante engañará al Nene informándole mal de dónde está el tigre, que acabará con él. Aparece así claro que la casa, y por tanto la familia, está amenazada por la maldad del Nene que maltrata no sólo a su hermana sino también a los demás y que finalmente será destruido por su propia maldad, simbolizada por el tigre, gracias a la presencia de una niña, Isabel, como en "Verano" es también una niña la que desencadena en Zulma el temor a sus propios deseos, a su frigidez y a su maternidad frustrada. Y por último, para referirnos a otro de los cuentos de Bestiario, en "Carta a una señorita en París", es evidente la relación entre el espacio, el apartamento de Andrée, y el alma de ésta. El propio narrador-protagonista lo deja claro, pues precisamente su catástrofe sobreviene por "entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma" 32. Cinco relatos, cuatro de los cuales pertenecen a Bestiario, primer libro de cuentos de Cortázar, presentan de una forma más o menos clara la relación espacio-mente, simbolizando que los fenómenos que acontecen en el espacio no son sino metáforas de los procesos psíquicos de los personajes, y en todos ellos -salvo precisamente el que nos ocupa- el problema viene dado por la presencia de animales: el caballo en "Verano", las fabulosas mancuspias en "Cefalea", los conejitos en "Carta a una señorita en París" y el tigre en "Bestiario".

Volviendo a "Casa tomada", observamos que tras esta pausa descriptiva se inicia la segunda parte del relato en la que se producirá la primera "toma" de la casa. No es casual que esto suceda de noche, porque es precisamente de noche cuando el ruido cobra mayor importancia, pues como el narrador nos dirá más adelante "de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa", y por supuesto sabido es que en la teoría de Freud la censura es más débil durante el sueño, que generalmente tiene lugar de noche, permitiendo la comunicación entre inconsciente y preconsciente. Tampoco es casual que haya por parte del él un repentino deseo de beber, es decir, "sed", pues, como es bien sabido, la "sed" es uno de los símbolos más claros -también en el mundo del psiquismo, y especialmente en las representaciones oníricas- del deseo sexual33. Así pues se produce una estrecha relación entre el repentino deseo de beber por parte de él -"de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita de mate"- y la "toma" de la casa, relación que volverá a repetirse en la segunda vez.

Frente al silencio característico de la casa y de sus habitantes -no olvidemos la "paz" de Irene-, los únicos síntomas de que la casa está siento "tomada" es el ruido: "Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina (...). Nos quedamos escuchando los ruidos...". Lo primero que "toman" es la parte del fondo y él llega a tiempo de impedir un mayor avance cerrando la puerta de roble.

Llegados a este punto sorprende la total naturalidad con que los personajes viven este suceso, así tras cerrar la puerta de bronce él retoma su intención inicial: "fui a la cocina, calenté la pavita...",y concluye con un epifonema la descripción de este momento: "A mi me gustaba ese chaleco". Se trata pues de una naturalidad que al lector le puede chocar como espectador exterior, pero que aparece como norma en los personajes, algo así como la naturalidad con que en un sueño se viven las cosas más extrañas. De hecho la sensación es la de que lo sucedido hubiera sido tan sólo el emerger en sueños de un deseo incestuoso que el personaje ha podido a tiempo dejar sumergido aún en el inconsciente, cerrando la puerta de roble, para así poder tranquilamente continuar con su vida, calentar la pavita de mate y "vivir sin pensar" 34.

Esta actitud de los personajes es fundamental para comprobar la forma en que Cortázar entiende lo fantástico de forma diferente a Poe, y entronca con una corriente más moderna que se inicia con La Metamorfosis de Kafka, y que tiene más que ver con la lógica de los sueños que con la de la realidad35. La angustia en el lector crece precisamente por el contraste entre la forma en que él entiende lo que sucede como siniestro y la forma natural con que lo viven los personajes. En cierta medida tendría también que ver con la condición expuesta por Freud de que lo siniestro es aquello tan familiar que asusta porque ha dejado de serlo, sólo que en las obras neofantásticas36 sólo ha dejado de ser familiar para el lector, puesto que los personajes lo viven con total normalidad.

En cualquier caso lo siniestro, como en Poe, viene dado por el espacio, la casa que, siguiendo los rasgos de lo siniestro que enumera Freud, se nos aparece también como lo muerto que parece vivo, lo inanimado que actúa como animado. Respecto al plural que usa el narrador -"han tomado la parte del fondo"- debemos entenderlo como un plural impersonal que se refiere a algo indefinido, que evidentemente aumenta aún más la polisemia del relato. La lectura más superficial nos mostraría que quienes han tomado la casa son unos seres sobrenaturales, por ejemplo, los ancestros de los dos hermanos, cuyos espíritus van adueñándose de la casa, quizá para evitar el designio anunciado por los dos hermanos al inicio del relato de destruirla antes de morir. En este sentido cabe recordar la referencia inicial de que la casa contenía "los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno,...". Evidentemente tal interpretación, como muchas otras, es válida y tiene cabida en el relato, pero igualmente nos parece que es posible una lectura en que esos invasores innominados e innominables no son sino lo reprimido -el deseo incestuoso- que va poco a poco escapando del inconsciente e intentando fluir a la conciencia. Múltiples son las posibles interpretaciones como es propio de una auténtica obra literaria y especialmente en la creación cortazariana37, y además se consigue también dotar a la obra de la misma ambigüedad de las manifestaciones del psiquismo. Pero, si seguimos comparando "Casa tomada" con el cuento de Poe, vemos que en éste se produce una situación similar, representada por la hermana emergiendo desde su tumba provisional, desclavando su propio féretro y abriendo una puerta de "hierro macizo" hasta las habitaciones altas de la casa donde muere abrazada a su hermano. En el relato de Cortázar la puerta de roble, una vez traspasada, significará el paso al preconsciente, mientras atravesar la segunda puerta, la puerta cancel, significa ya el paso a la conciencia, al exterior, simbolizada por la salida a la calle por parte de los dos hermanos, igualmente abrazados.

Tras la primera "toma", el relato nos describe cómo era la vida de los dos hermanos y al margen de la pérdida de algunos objetos más o menos queridos, la situación no parece preocuparles demasiado ni alterar su forma de vida, e incluso saben encontrarle ventajas pues "la limpieza se simplificó" considerablemente. Los dos hermanos parecen seguir viviendo en un estado de cierta inconsciencia como nos dice el propio narrador en el epifonema final de esta parte: "estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar". Quizá ese deseo de no pensar se deba a la cercanía de lo reprimido al preconsciente donde se puede hacer consciente con una facilidad mayor.

Se inicia a continuación la segunda pausa descriptiva que divide de nuevo el relato y da lugar a la tercera y última parte en la que se produce la segunda y última "toma" de la casa. Estas divisiones, marcadas tipográficamente por espacios en blanco, articulan su vez el relato en tres partes separadas por las pausas descriptivas: la descripción de la casa en primer lugar y después la descripción de la vida cotidiana a pesar de la primera "toma" y ahora la descripción de las noches de los dos hermanos. Estas tres partes podemos asociarlas igualmente a inconsciente, preconsciente y consciencia; de esta forma mente, casa y el propio relato se construyen de forma paralela. En esta pausa nos encontramos también en el mundo inconsciente, en este caso en el mundo de los sueños, pues Irene "soñaba en alta voz" y él se desvelaba. Se refiere también a "los mutuos y frecuentes insomnios" y a que, como ya hemos comentado, "de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa". Así pues durante la noche lo reprimido aflora a través de los sueños que se manifiestan en ruidos -que ya hemos visto representan la emergencia de lo reprimido- en forma de la voz en sueños de Irene, y eso precisamente provoca mutuos y frecuentes insomnios. La noche es el ámbito de lo reprimido que afluye pues el narrador insiste en la presencia de los ruidos: "de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa"38.

La tercera parte es la de la definitiva "toma" de la casa. Y de nuevo, la noche; y de nuevo, la sed, y la relación entre ambas: "De noche siento sed", y no olvidemos la referencia a los mutuos y frecuentes insomnios. La sed y la noche vuelven a marcar el inicio de la "toma" de la casa que de nuevo se manifiesta a través de ruidos. Esta vez ya ha sido atravesada la puerta de roble y, por tanto, lo reprimido está ya en un nivel preconsciente. Pero esta situación, al contrario que en el relato de Poe, donde desencadenaba la destrucción de casa y linaje, en Cortázar lo que produce es un desvelamiento -y el consecuente aceptamiento de la situación, o al menos una resignación- y la casa arroja de sí a los dos hermanos o, dicho de otra forma, lo reprimido sale al exterior, es decir, a la conciencia representada por la calle, después de haber ido emergiendo desde lo más profundo del psiquismo. La aceptación de la situación queda bien representado por el abandono de la "tela de Penélope" -pues ya no la necesita una vez producida la anagnórisis-, pues los ovillos han quedado del otro lado e Irene, al darse cuenta -es decir, al ser consciente de ello- suelta el tejido. Otro síntoma de la aceptación es la escena final en la que él coge a Irene por la cintura, tocando por primera vez a su hermana en el relato; imagen ésta que no puede dejar de recordarnos a otra imagen pictórica, la de la Expulsión de Adán y Eva representada por Massaccio en la capilla Brancacci39.


NOTAS

1 "Hay, desde luego, una veta borgiana (que procede del Borges de Ficciones) en él, como hay elementos comunes con la concepción de la literatura que se evidencia en el Confabulario y el Bestiario de Arreola; pero sus cuentos eluden el carácter frecuentemente abstracto de los del primero y la extremada brevedad de los del segundo", D. Lagmanovich, "Prólogo: Para una caracterización general de los cuentos de Julio Cortázar", Estudios sobre los cuentos de Cortázar, Barcelona, Hispam, 1975, p. 9.

2 "Las huellas de escritores como Poe están innegablemente en los niveles más profundos de mis cuentos, y creo que sin "Ligeia", sin "La caída de la casa Usher", no hubiera tenido esa disposición hacia lo fantástico...", citado por J. Alazraki, En busca del unicornio: Los cuentos de Julio Cortázar, Madrid, Gredos, 1983, p. 27.

3 Precisamente es el primer cuento que Cortázar publica y lo hace en una revista dirigida por Jorge Luis Borges, Los Anales de Buenos Aires, Buenos Aires, I, nº 11, dic. de 1946. Posteriormente sería incluido en Bestiario, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1951.

4 Edgar Allan Poe, Cuentos (Prólogo y traducción de Julio Cortázar), 2 vls. Madrid, Alianza, 1970, I.317-337. Todas las citas del cuento pertenecen a esta edición.

5 "Su evidencia -la evidencia de esa sensibilidad [de la casa]- podía comprobarse, dijo (y al oírlo me estremecí), en la gradual pero segura condensación de una atmósfera propia en torno a las aguas y a los muros", p. 329.

6 Sería interesante analizar en profundidad el espacio de ambos relatos y observar las coincidencias existentes, sirva como ejemplo que la insistencia en el relato de Poe en las ventanas parecidas a ojos vacíos parece tener una correspondencia en la ausencia de ventanas en la descripción que de la casa hace el narrador del cuento cortazariano. Esta ausencia de ventanas nos la hace notar Jean L. Andreu, "Inexplicablement les ouvertures ou les fenêtres, semblent totalement absentes de cette maison don la seule issue est la <<puerta cancel>> qui donne sur la rue", Jean L. Andreu, "Pour une lecture de Casa tomada de Julio Cortázar", Cahiers du monde hispanique et luso-brasilien, nº 10, (1968), p. 49-66; p. 62. Evidentemente la ausencia de ventanas o su carácter tétrico ayuda a conseguir la atmósfera de angustia en ambos relatos y a caracterizar un espacio opresivo.

7 S. Freud, Lo siniestro, Ed. Americana, Buenos Aires, 1943. En esta obra indaga Freud sobre los caracteres de lo siniestro para lo cual analiza obras de E.T.A. Hoffmann y elabora un breve catálogo de temas siniestros entre los que se encuentran la presencia del doble, las amputaciones o la presencia de partes del cuerpo que cobran autonomía propia, la presencia de un personaje -generalmente con caracteres de doble- que porta una mala influencia, repetición de una misma situación, la encarnación de lo fantástico o el cumplimiento de deseos o de fantasías que ya considerábamos imposibles o irreales, etc. (Véase también E. Trías, Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Ariel, 1988). Pero todos estos temas no consiguen lo siniestro por sí solos, pues muchos de ellos aparecen en cuentos maravillosos donde no se da lo siniestro, precisamente porque no se da la duda de si lo increíble no será en realidad posible. Lo siniestro es aquello que siendo familiar -en ese sentido Freud muestra como heimlich (familiar, íntimo) y unheimlich son a veces sinónimos- ha dejado de serlo, y concluye que precisamente lo familiar que ha dejado de serlo es lo inconsciente reprimido, de ahí por ejemplo lo siniestro que resultan las imágenes de amputaciones que no son sino el recuerdo del temor infantil a la castración por parte del padre-rival (y Freud nos recuerda que precisamente el castigo que se autoimpone Edipo al conocer su pecado es el de arrancarse los ojos).

8 "Nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde", J. Cortázar, Bestiario, Madrid, Alfaguara, 1987 (4ª edición), p. 14. Todas las citas de los cuentos de Bestiario remiten a esta edición.

9 En el relato de Poe varias son las referencias a esa larga genealogía, así nos dice que "su antiquísima familia se había destacado desde tiempos inmemoriales por una peculiar sensibilidad de temperamento, desplegada, a lo largo de muchos años, en numerosas y elevadas concepciones artísticas...", p. 319. En el relato de Cortázar, por su parte, también se nos dan referencias que indican que la casa ha sido habitado por varios antepasados de los dos hermanos, así el narrador nos dice que la casa, como comentábamos arriba, "guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia" (p. 13).

10 Como vemos diversas son las sugerencias de una relación incestuosa en el relato de Poe, sin embargo, algunos críticos, como Louis Vax, creen que todas esas sugerencias responden en realidad a factores estructurantes del relato o de otra índole que no pretenden sugerir el incesto entre los hermanos: "El efecto que profesa a su hermana moribunda pone de relieve, de forma tan natural como trivial, el desamparo de Usher. La simpatía que liga a los dos personajes se explica, desde el punto de vista de lo verosímil, por su calidad de gemelos, y, desde el punto de vista artístico, por la necesidad de presentarlos, no como personalidades bien perfiladas enfrentándose en situaciones diversas, sino como individualidades distintas, ligadas por afinidades de naturaleza extraordinaria, y que se confunden con la mansión de su raza. En lugar de suponerle tendencias incestuosas, imaginemos por un momento que Usher ha tomado esposa: ¿no sentimos que la obra perdería calidad? Aunque su unión fuera estéril, dos esposos no podrían estar ligados por la misma simpatía misteriosa que dos gemelos (...). El parentesco de sangre da cuenta de la solemnidad macabra del relato mejor que el amor culpable...", L. Vax, Las obras maestras de la literatura fantástica, Madrid, Taurus, 1980, p.110.

11 Igualmente varios son los críticos que niegan el incesto en el relato, por ejemplo, María Cecilia Quintero Marín, La cuentística de Julio Cortázar, Madrid, Editorial Complutense, 1981: "No aceptamos la relación incestuosa pues el mecanismo significativo del texto no sugiere en su totalidad dicho enfoque", p. 41.

12 "...empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales troncos, las vacías ventanas como ojos", p. 318. Más adelante el propio Roderick insiste en el estanque como doble de la mansión: "las condiciones de la sensibilidad [de la casa] habían sido satisfechas, imaginaba él, (...) sobre todo por la prolongación inmodificada de este orden y su duplicación en las quietas aguas del estanque", p. 328 y 329.

13 El incesto en sí no produce monstruos ni enfermedades, sino que lo que hace es, lógicamente, perpetuar las características de una determinada rama, sea buena o mala. Por esa razón los criadores de caballos suelen cruzar hermanos cuando éstos son de pura raza, pero evidentemente cuando en una rama familiar existe una enfermedad hereditaria el incesto conduce a que tal enfermedad sea heredada irremediablemente por los descendientes, pensemos por ejemplo en enfermedades que precisan que sean portadores de la misma los dos progenitores. Evidentemente en una relación incestuosa la probabilidad de que se junten dos genes enfermos es mayor que en una relación no incestuosa.

14 C. Lévi-Strauss, La mirada distante, Barcelona, Argos-Vergara, 1985, cap. III.

15Ibidem. Véase también su obra Antropología estructural, Barcelona, Paidós, 1987: "Es conocida la función que la prohibición del incesto cumple en las sociedades primitivas. Al proyectar -si cabe decirlo así- las hermanas y las hijas fuera del grupo consanguíneo y asignarles esposos provenientes de otros grupos, anuda, entre estos grupos naturales, vínculos de alianza que son los primeros que pueden calificarse de sociales. La prohibición del incesto funda de esta manera la sociedad humana y es, en un sentido, la sociedad" (p. 35).

16 "A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, y a mí se me murió María Esther antes de que llegáramos a comprometernos" (p. 13)

17 "Estaba dominado por ciertas impresiones supersticiosas relativas a la morada que ocupaba y de donde, durante muchos años, nunca se había aventurado a salir, supersticiones relativas a una influencia cuya supuesta energía fue descrita en términos demasiado sombríos para repetirlos aquí, una influencia que algunas peculiaridades de la simple forma y material de la casa familiar habían ejercido sobre su espíritu, decía, a fuerza de soportarlas largo tiempo; efecto que el aspecto físico de los muros y las torrecillas grises y el oscuro estanque en el cual éstos se miraban había producido, a la larga, en la moral de su existencia", pp. 323 y ss. Más adelante lo reconoce directamente al hablar de "esa silenciosa, mas importuna y terrible influencia que durante siglos había modelado los destinos de la familia, haciendo de él eso que ahora estaba yo viendo, eso que él era", p. 329.

18 Conocida es la importancia del complejo de Edipo en la obra de Freud. Podemos resumir la idea diciendo que el niño encuentra el objeto sexual en la madre y a la vez el rival en el padre lo cual origina un conflicto que se acaba solucionando "introyectando" el objeto del deseo -la madre-, es decir haciendo que el "Yo" se parezca al objeto deseado, y, por otra parte, identificándose con el rival -el padre-, con lo que también "introyecta" al padre dentro de sí, al intentar parecerse a él, de tal forma se origina en buena medida su carácter, su psiquismo, y especialmente lo que Freud denomina "Superyo" que, en cierta medida, es producto de la "introyección" de la autoridad paterna. Por supuesto simplifico enormemente las ideas freudianas. Veáse por ejemplo El yo y el ello y otros escritos de metapsicología, Madrid, Alianza, 1973, especialmente el capítulo 5.

19 "Rien ne permet d´affirmer l´inceste, tout pourtant le suggère", art. cit, p. 64.

20 Evidentemente la misma idea está presente en el relato de Poe, donde ya hemos mencionado que el sustantivo "casa" funcionaba con el doble valor de espacio habitable y de linaje.

21 Cortázar se refiere a la actividad de tejer como forma de escapar de la propia inquietud:  "Yo tengo en mi familia gente un poco anormal, mujeres que tejen mucho, es una manera de escapar de su propia inquietud y tejen y tejen y tengo un poema que se llama `Las tejedoras´", E. Picon Garfield, Cortázar por Cortázar, México, Universidad veracruzana, 1978, p. 90.

22 "Sólo yo sé. ¡Espanto, aleja esas alas pertinaces! ¡Cede lugar a mi secreto amor, no calcines sus plumas con tanta horrible duda !¡Cede lugar a mi secreto amor! ¡Ven, hermano, ven, amante al fin !¡Surge de la profundidad que nunca osé salvar, asoma desde la hondura que mi amor ha derribado! ¡Brota asido al hilo que te lleva el insensato! ¡Desnudo y rojo, vestido de sangre, emerge y ven a mí, oh hijo de Pasifae, ven a la hija de la reina, sedienta de tus belfos rumorosos ", J. Cortázar, Los reyes, Madrid, Alfaguara, 1985, p. 57. El hilo se convierte en un instrumento de liberación no para Teseo sino para el propio Minotauro y una forma también de unirle a Ariadna.

23 Por tanto, las salidas están motivadas únicamente por la necesidad de obtener la materia que les permite sublimar su deseo incestuoso.

24 Aunque es arriesgado intentar establecer equivalencias entre la vida de un autor y los contenidos de su obra, creo que es necesario dejar constancia de un dato y es que cuando los Cortázar vuelven a Buenos Aires en 1918 desde Bruselas donde el padre era funcionario, se instalan precisamente en la calle Rodríguez Peña -María Celia Quintero Marín, op. cit., p. 12- por tanto en esta casa pasa Julio su infancia, pues al llegar a Buenos Aires tiene cuatro años, y en esta casa convive con su hermana Ofelia, precisamente a la que en 1927 dedica la "Oda a Memet", pues tal era el nombre familiar de Ofelia. Cortázar reconoce llevarse bastante mal con su hermana, que en nada se parece a él, pero también dice: "me he despertado muchas veces impresionado porque me he acostado con mi hermana en el sueño", E. Picon Garfield, Op. cit., p. 43.

25 "Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dos dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza..."(p. 15 y 16). Prueba de la importancia de la casa es el espacio dedicado, en un relato tan corto, a la descripción de la misma.

26 "...un acto psíquico pasa generalmente por dos estados o fases, entre las cuales se halla intercalada una especie de examen (censura). En la primera fase es inconsciente y pertenece al sistema Inc. Si al ser examinado por la censura es rechazado, le será negado el paso a la segunda fase; lo calificaremos de "reprimido" y tendrá que permanecer inconsciente. Pero si sale triunfante del examen, pasará a la segunda fase(...). No es todavía consciente, pero sí es capaz de conciencia (...). Atendiendo a esta capacidad de conciencia, damos también al sistema Cc. el nombre de "preconsciente". Si más adelante resulta que también el acceso de lo preconsciente a la conciencia se halla codeterminado por una cierta censura, diferenciaremos más precisamente entre sí los sistemas Prec. y Cc....", S. Freud, "Metapsicología", incluida en el volumen El malestar en la cultura, Madrid, Alianza, 1992, pp. 172 y 173. Véase también Más allá del principio del placer, Madrid, Alianza, 1969, y El yo y el ello, ed. citada, donde ya expone la teoría en términos de "Yo", "Ello" y "Superyo". Por otra parte creo legítimo servirme de las ideas de Freud para la interpretación de la obra de Cortázar porque él mismo estaba interesado por este autor y reconoce su importancia en su vida y en su obra: "Yo verifico en mí mismo la verdad de muchas afirmaciones de Freud", E. Picón Garfield, op. cit., p. 69.

27"Tenemos que forzar la voz para oírnos entre el clamor de las mancuspias, otra vez las sentimos cerca de la casa, en los techos, rascando las ventanas, contra los dinteles", Bestiario, ed. citada, p. 83. "El cráneo comprime el cerebro como un casco de acero -bien dicho. Algo viviente camina en circulo dentro de la cabeza. (Entonces la casa es nuestra cabeza, la sentimos rondada, cada ventana es una oreja contra el aullar de las mancuspias ahí fuera..." (p. 84).

28 La relación entre "Cefalea" y "Casa tomada" ha sido destacada por Noe Jitrik : "...si la `casa´, en Casa tomada es presentada como el recinto en el que de pronto sobreviene un enemigo que nos expulsa, en Cefalea se aclara el sentido de `casa´ y el papel que juega en ambas narraciones: `entonces la casa es nuestra cabeza´. Y sí al consumarse la expulsión `casa´ y `enemigo´ se fusionan, se sigue de esto que las fuerzas invasoras están en nosotros mismo, que la expulsión se produce a partir del momento en que conseguimos objetivarlas y ponerlas afuera", "Notas sobre la `zona sagrada´ y el mundo de los `otros´ en Bestiario de Julio Cortázar", La vuelta a Cortázar en nueve ensayos (ed. de Noe Jitrik), Carlos Pérez Editor, Buenos Aires, 1968, p. 14.

29 Julio Cortázar, Octaedro, Madrid Alianza Tres, 1979 (2ª edición), p. 69-79.

30 También era una pareja la que habitaba la casa en "Cefalea" y una pareja que el propio Cortázar compara a la de "Casa tomada": "Imaginé esa pareja que es un poco la pareja de "Casa tomada" , más confuso todavía porque no se sabe si son dos hombres o dos mujeres o un hombre y una mujer, si son marido y mujer, si son hermanos", E. Picón Garfield, op. cit. p. 96. En "Cefalea", por otra parte, la pareja cuida de las mancuspias con el mismo orden y rutina con que en "Casa tomada" se cuida la propia casa.

31 Bestiario, ed. citada, pp. 127-149.

32 También aquí se trata de un orden que se rompe y curiosamente es el ruido el que sirve de metáfora al narrador para expresar esa ruptura: "Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart", ed. citada, p. 24.

33 Ya que hemos mencionado a Lorca en relación a "Verano" y al simbolismo del caballo, no está de mas recordar la importancia del agua y de la sed como representación del deseo sexual igualmente en La casa de Bernarda Alba. Precisamente la tragedia, en ese "pueblo sin río", se desencadena una noche en la que Adela va a encontrarse con su amante y al ser sorprendida dice: "Me despertó la sed". La sed, los deseos sexuales, despiertan durante la noche a los personajes de esta obra, como sucede también en el cuento de Cortázar.

34 De hecho el propio Cortázar explica este cuento como nacido de una pesadilla en la que soñó la situación del cuento: "Es uno de mis cuentos más oníricos. Yo soñé no exactamente el cuento sino la situación del cuento. Allí no había nada incestuoso. Yo estaba solo en una casa muy extraña con pasillos y codos y todo era muy normal, ya no me acuerdo de lo que estaba haciendo en mi sueño. En un momento dado desde el fondo de uno de los codos se oía un ruido muy claramente y eso era ya la sensación de pesadilla. Había algo allí que me producía un terror como sólo en las pesadillas. Entonces yo me precipitaba a cerrar la puerta y a poner todos los cerrojos para dejar la amenaza de otro lado. Y entonces durante un minuto me sentí tranquillo y parecía que la pesadilla volvía a convertirse en un sueño pacífico. Pero entonces de este lado de la puerta empezó de nuevo la sensación de miedo. Me desperté con la sensación de angustia de la pesadilla. Ahora, despertarme equivalía a ser definitivamente expulsado del sueño mismo. Entonces me acuerdo muy bien que tal como estaba en pijama y sin lavarme los dientes ni peinarme, me fui a la máquina y en una hora -es muy corto el cuento-, una hora y media estuvo escrito. Por razones técnicas nacieron los dos hermanos y se organizó todo el contenido del cuento (...) para mí no tiene absolutamente ningún contexto de ninguna naturaleza salvo la pesadilla. Eso no impide que mi pesadilla es la que hay que analizar.", E. Picón Garfield, op. cit., p. 89. Y no está de mas recordar que el propio Cortázar se ha referido a sus cuentos como una forma de exorcizar pesadillas o neurosis.

35 Para Todorov, (Introducción a la literatura fantástica, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1972) La Metamorfosis inaugura lo fantástico en el siglo XX, donde ya no se da esa vacilación en el texto acerca de la realidad de los sucesos que sí se da en lo fantástico del s. XIX (y que tampoco se da en los cuentos maravillosos, como vimos que también nos mostraba Freud).

36 Véase J. Alazraki, op. cit.

37 En quien, como en Kafka, hay un principio de indeterminación fundando en la ambigüedad que funciona como principio estructurador del relato. Véase Jaime Alazraki, op. cit., p. 124.

38 Quizá una insinuación de que la relación entre los hermanos pudiera no ser simplemente fraterna la encontramos en el comentario del narrador respecto a sus sueños: "Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor." (p. 19). Dado que los dos hermanos duermen en distintas habitaciones la únicas forma de que Irene conociera las caídas del cobertor era viéndolo o teniendo la misma capacidad auditiva que manifestaba Roderick en el relato de Poe, debida a la hipersensibilidad de su mal.

39 Para los que ven en el relato una recreación del episodio de la expulsión de Adán y Eva del paraíso -por ejemplo Antonio Planells, Cortázar: Metafísica y erotismo, Madrid, Purrúa, 1979, p. 83-84- podemos recordar que precisamente ésta es una pareja incestuosa que da origen a un linaje que sólo puede reproducirse de la misma forma. Por otra parte, la bella imagen de la expulsión como el nacimiento de los dos hermanos arrojados del paraíso de la casa-madre ("Les signes avant-coureurs, l´expulsion convulsive des frères dans l´impossibilité de comprendre ce qui leur arrive, qui l´acceptent comme une fatalité et qui se retrouvent à la rue desemparés: les affres d´un accouchement douloureux. Et Irène, dans un dernier geste, coupera le cordon umbilical.", Jean L. Andreu, art. cit., p.63) tiene igualmente relación con la imagen de la expulsión de Adán y Eva, pues esta parábola bíblica ha sido vista también como una metáfora del nacimiento individual. En cualquier caso la historia de Adán y Eva nos lleva a la infancia de la humanidad, que nos conduce a la clave antropológica que hemos esbozado y que explica el aislamiento de los hermanos como resultado de una situación endogámica de los grupos humanos primitivos, mientras que la imagen del nacimiento nos lleva a la infancia individual en la que también los deseos incestuosos son fundamentales para originar el erotismo humano y configurar también el carácter individual derivado de los conflictos que esa primera sexualidad provoca.


(*) Valentín Pérez Venzalá es Ldo. en Filología Hispánica y realiza sus estudios de doctorado en el Dpto. de Filología Española II de la UCM


© Valentín Pérez Venzalá 1998
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero10/cort_poe.html

 

Julio Cortázar: "Casa Tomada": "¿Metáfora del Antiperonismo?":

 Julio Cortázar: “Casa Tomada”: “¿Metáfora del Antiperonismo?”:

 

En más de una oportunidad, se ha hecho una interpretación del cuento en la que se indica que el mismo es una alegoría antiperonista. La casa tomada no sería otra cosa más que la Argentina tradicional que debe ir retrocediendo bajo la avanzada del peronismo y la participación en la vida política de sectores, hasta entonces, marginados de esa actividad. Esta visión de esta obra cortazariana ha significado una verdadera anatemización del autor por parte de la cultura oficial peronista, que durante años lo calificó de gorila (término con el que se designaba a los opositores al gobierno del general Perón). Cortázar ha dicho que esa interpretación del relato bien puede ser válida, sin embargo, declaró en varias ocasiones que el origen de la idea para el cuento proviene de un sueño, una pesadilla en la que un ente misterioso se hace presente en su casa y paulatinamente (por el temor) va empujándolo hacia distintas áreas de la casa, hasta que por fin, termina dejándolo fuera de ella sin siquiera haberse percatado de la precisa naturaleza o composición del mismo.

Julio Cortázar “Posible explicación de Casa Tomada“:

“Casa Tomada bien podría representar todos mis miedos, o quizá, todas mis aversiones; en ese caso la interpretación antiperonista me parece bastante posible, emergiendo incluso inconscientemente”. (Julio Cortázar).-

 

Julio Florencio Cortázar (1914 / 1984).-

 

Julio Cortázar Dixit:

“Comprendo que a pesar de su envoltorio espontáneamente anacrónico y del lujo verbal fuera de época –y muy especialmente mía, la Argentina de los años cuarenta –escribí de un modo abstracto aquello que más tarde intentaría comprender y expresar en el interior de la realidad que me envolvía. Ahora como entonces, sigo creyendo que el Minotauro –es decir, el poeta, la criatura doble, capaz de percibir una realidad diferente y más rica que la realidad habitual –no ha dejado de ser ese monstruo que los tiranos y sus partidarios de todos los tiempos temen y odian y quieren aniquilar para que su palabra no llegue a las orejas del pueblo y no derrumbe las murallas que los encierran en sus redes de leyes y de tradiciones petrificantes”.

Julio Cortázar en ocasión del prólogo para la versión francesa, en 1982 de su obra “Los Reyes” .-

 

Instrucciones para llorar Cortazar

Instrucciones para llorar
[Instrucciones. Texto completo.]

Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

La autopista del sur Julio Cortázar

La autopista del sur
[Cuento. Texto completo.]

Julio Cortázar

Gli automobilisti accaldati sembrano nom avere storia… Come realtà, un ingorgo automobilistico impressiona ma non ci dice gran che.

Arrigo Benedetti “L’Espresso”,
Roma, 21/6/1964

Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde y, apenas salidos de Fontainbleau, han tenido que ponerse al paso, detenerse, seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse, charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con la muchacha del Dauphine a la izquierda, mirar por retrovisor al hombre pálido que conduce un Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad avícola del matrimonio del Peugeot 203 (detrás del Dauphine de la muchacha) que juega con su niñita y hace bromas y come queso, o sufrir de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos del Simca que precede al Peugeot 404, y hasta bajarse en los altos y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabe en qué momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá que correr para que los de atrás no inicien la guerra de las bocinas y los insultos), y así llegar a la altura de un Taunus delante del Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y cambiar unas frases descorazonadas o burlonas con los hombres que viajan con el niño rubio cuya inmensa diversión en esas precisas circunstancias consiste en hacer correr libremente su autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Taunus, o atreverse y avanzar todavía un poco más, puesto que no parece que los autos de adelante vayan a reanudar la marcha, y contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el ID Citroën que parece una gigantesca bañadera violeta donde sobrenadan los dos viejitos, él descansando los antebrazos en el volante con un aire de paciente fatiga, ella mordisqueando una manzana con más aplicación que ganas.

A la cuarta vez de encontrarse con todo eso, de hacer todo eso, el ingeniero había decidido no salir más de su coche, a la espera de que la policía disolviese de alguna manera el embotellamiento. El calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para que la inmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr. El 404 del ingeniero ocupa el segundo lugar de la pista de la derecha contando desde la franja divisoria de las dos pistas, con lo cual tenía otros cuatro autos a su derecha y siete a su izquierda, aunque de hecho sólo pudiera ver distintamente los ocho coches que lo rodeaban y sus ocupantes que ya había detallado hasta cansarse. Había charlado con todos, salvo con los muchachos del Simca que caían antipáticos; entre trecho y trecho se había discutido la situación en sus menores detalles, y la impresión general era que hasta Corbeil-Essones se avanzaría al paso o poco menos, pero que entre Corbeil y Juvisy el ritmo iría acelerándose una vez que los helicópteros y los motociclistas lograran quebrar lo peor del embotellamiento. A nadie le cabía duda de que algún accidente muy grave debía haberse producido en la zona, única explicación de una lentitud tan increíble. Y con eso el gobierno, el calor, los impuestos, la vialidad, un tópico tras otro, tres metros, otro lugar común, cinco metros, una frase sentenciosa o una maldición contenida.

A las dos monjitas del 2HP les hubiera convenido tanto llegar a Milly-la-Fôret antes de las ocho, pues llevaban una cesta de hortalizas para la cocinera. Al matrimonio del Peugeot 203 le importaba sobre todo no perder los juegos televisados de las nueve y media; la muchacha del Dauphine le había dicho al ingeniero que le daba lo mismo llegar más tarde a París pero que se quejaba por principio, porque le parecía un atropello someter a millares de personas a un régimen de caravana de camellos. En esas últimas horas (debían ser casi las cinco pero el calor los hostigaba insoportablemente) habían avanzado unos cincuenta metros a juicio del ingeniero, aunque uno de los hombres del Taunus que se había acercado a charlar llevando de la mano al niño con su autito, mostró irónicamente la copa de un plátano solitario y la muchacha del Dauphine recordó que ese plátano (si no era un castaño) había estado en la misma línea que su auto durante tanto tiempo que ya ni valía la pena mirar el reloj pulsera para perderse en cálculos inútiles.

No atardecía nunca, la vibración del sol sobre la pista y las carrocerías dilataba el vértigo hasta la náusea. Los anteojos negros, los pañuelos con agua de colonia en la cabeza, los recursos improvisados para protegerse, para evitar un reflejo chirriante o las bocanadas de los caños de escape a cada avance, se organizaban y perfeccionaban, eran objeto de comunicación y comentario. El ingeniero bajó otra vez para estirar las piernas, cambió unas palabras con la pareja de aire campesino del Ariane que precedía al 2HP de las monjas. Detrás del 2HP había un Volkswagen con un soldado y una muchacha que parecían recién casados. La tercera fila hacia el exterior dejaba de interesarle porque hubiera tenido que alejarse peligrosamente del 404; veía colores, formas, Mercedes Benz, ID, 4R, Lancia, Skoda, Morris Minor, el catálogo completo. A la izquierda, sobre la pista opuesta, se tendía otra maleza inalcanzable de Renault, Anglia, Peugeot, Porsche, Volvo; era tan monótono que al final, después de charlar con los dos hombres del Taunus y de intentar sin éxito un cambio de impresiones con el solitario conductor del Caravelle, no quedaba nada mejor que volver al 404 y reanudar la misma conversación sobre la hora, las distancias y el cine con la muchacha del Dauphine.

A veces llegaba un extranjero, alguien que se deslizaba entre los autos viniendo desde el otro lado de la pista o desde la filas exteriores de la derecha, y que traía alguna noticia probablemente falsa repetida de auto en auto a lo largo de calientes kilómetros. El extranjero saboreaba el éxito de sus novedades, los golpes de las portezuelas cuando los pasajeros se precipitaban para comentar lo sucedido, pero al cabo de un rato se oía alguna bocina o el arranque de un motor, y el extranjero salía corriendo, se lo veía zigzaguear entre los autos para reintegrase al suyo y no quedar expuesto a la justa cólera de los demás. A lo largo de la tarde se había sabido así del choque de un Floride contra un 2HP cerca de Corbeil, tres muertos y un niño herido, el doble choque de un Fiat 1500 contra un furgón Renault que había aplastado un Austin lleno de turistas ingleses, el vuelco de un autocar de Orly colmado de pasajeros procedentes del avión de Copenhague. El ingeniero estaba seguro de que todo o casi todo era falso, aunque algo grave debía haber ocurrido cerca de Corbeil e incluso en las proximidades de París para que la circulación se hubiera paralizado hasta ese punto. Los campesinos del Ariane, que tenían una granja del lado de Montereau y conocían bien la región, contaban con otro domingo en que el tránsito había estado detenido durante cinco horas, pero ese tiempo empezaba a parecer casi nimio ahora que el sol, acostándose hacia la izquierda de la ruta, volcaba en cada auto una última avalancha de jalea anaranjada que hacía hervir los metales y ofuscaba la vista, sin que jamás una copa de árbol desapareciera del todo a la espalda, sin que otra sombra apenas entrevista a la distancia se acercara como para poder sentir de verdad que la columna se estaba moviendo aunque fuera apenas, aunque hubiera que detenerse y arrancar y bruscamente clavar el freno y no salir nunca de la primera velocidad, del desencanto insultante de pasar una vez más de la primera al punto muerto, freno de pie, freno de mano, stop, y así otra vez y otra vez y otra.

En algún momento, harto de inacción, el ingeniero se había decidido a aprovechar un alto especialmente interminable para recorrer las filas de la izquierda, y dejando a su espalda el Dauphine había encontrado un DKW, otro 2HP, un Fiat 600, y se había detenido junto a un De Soto para cambiar impresiones con el azorado turista de Washington que no entendía casi el francés pero que tenía que estar a las ocho en la Place de l’Opéra sin falta you understand, my wife will be awfully anxious, damn it, y se hablaba un poco de todo cuando un hombre con aire de viajante de comercio salió del DKW para contarles que alguien había llegado un rato antes con la noticia de que un Piper Club se había estrellado en plena autopista, varios muertos. Al americano el Piper Club lo tenía profundamente sin cuidado, y también al ingeniero que oyó un coro de bocinas y se apresuró a regresar al 404, transmitiendo de paso las novedades a los dos hombres del Taunus y al matrimonio del 203. Reservó una explicación más detallada para la muchacha del Dauphine mientras los coches avanzaban lentamente unos pocos metros (ahora el Dauphine estaba ligeramente retrasado con relación al 404, y más tarde sería al revés, pero de hecho las doce filas se movían prácticamente en bloque, como si un gendarme invisible en el fondo de la autopista ordenara el avance simultáneo sin que nadie pudiese obtener ventajas). Piper Club, señorita, es un pequeño avión de paseo. Ah. Y la mala idea de estrellarse en plena autopista un domingo de tarde. Esas cosas. Si por lo menos hiciera menos calor en los condenados autos, si esos árboles de la derecha quedaran por fin a la espalda, si la última cifra del cuentakilómetros acabara de caer en su agujerito negro en vez de seguir suspendida por la cola, interminablemente.

En algún momento (suavemente empezaba a anochecer, el horizonte de techos de automóviles se teñía de lila) una gran mariposa blanca se posó en el parabrisas del Dauphine, y la muchacha y el ingeniero admiraron sus alas en la breve y perfecta suspensión de su reposo; la vieron alejarse con una exasperada nostalgia, sobrevolar el Taunus, el ID violeta de los ancianos, ir hacia el Fiat 600 ya invisible desde el 404, regresar hacia el Simca donde una mano cazadora trató inútilmente de atraparla, aletear amablemente sobre el Ariane de los campesinos que parecían estar comiendo alguna cosa, y perderse después hacia la derecha. Al anochecer la columna hizo un primer avance importante, de casi cuarenta metros; cuando el ingeniero miró distraídamente el cuentakilómetros, la mitad del 6 había desaparecido y un asomo del 7 empezaba a descolgarse de lo alto. Casi todo el mundo escuchaba sus radios, los del Simca la habían puesto a todo trapo y coreaban un twist con sacudidas que hacían vibrar la carrocería; las monjas pasaban las cuentas de sus rosarios, el niño del Taunus se había dormido con la cara pegada a un cristal, sin soltar el auto de juguete. En algún momento (ya era noche cerrada) llegaron extranjeros con más noticias, tan contradictorias como las otras ya olvidadas, No había sido un Piper Club sino un planeador piloteado por la hija de un general. Era exacto que un furgón Renault había aplastado un Austin, pero no en Juvisy sino casi en las puertas de París; uno de los extranjeros explicó al matrimonio del 203 que el macadam de la autopista había cedido a la altura de Igny y que cinco autos habían volcado al meter las ruedas delanteras en la grieta. La idea de una catástrofe natural se propagó hasta el ingeniero, que se encogió de hombros sin hacer comentarios. Más tarde, pensando en esas primeras horas de oscuridad en que habían respirado un poco más libremente, recordó que en algún momento había sacado el brazo por la ventanilla para tamborilear en la carrocería del Dauphine y despertar a la muchacha que se había dormido reclinada sobre el volante, sin preocuparse de un nuevo avance. Quizá ya era medianoche cuando una de las monjas le ofreció tímidamente un sándwich de jamón, suponiendo que tendría hambre. El ingeniero lo aceptó por cortesía (en realidad sentía náuseas) y pidió permiso para dividirlo con la muchacha del Dauphine, que aceptó y comió golosamente el sándwich y la tableta de chocolate que le había pasado el viajante del DKW, su vecino de la izquierda. Mucha gente había salido de los autos recalentados, porque otra vez llevaban horas sin avanzar; se empezaba a sentir sed, ya agotadas las botellas de limonada, la coca-cola y hasta los vinos de a bordo. La primera en quejarse fue la niña del 203, y el soldado y el ingeniero abandonaron los autos junto con el padre de la niña para buscar agua. Delante del Simca, donde la radio parecía suficiente alimento, el ingeniero encontró un Beaulieu ocupado por una mujer madura de ojos inquietos. No, no tenía agua pero podía darle unos caramelos para la niña. El matrimonio del ID se consultó un momento antes de que la anciana metiera las manos en un bolso y sacara una pequeña lata de jugo de frutas. El ingeniero agradeció y quiso saber si tenían hambre y si podía serles útil; el viejo movió negativamente la cabeza, pero la mujer pareció asentir sin palabras. Más tarde la muchacha del Dauphine y el ingeniero exploraron juntos las filas de la izquierda, sin alejarse demasiado; volvieron con algunos bizcochos y los llevaron a la anciana del ID, con el tiempo justo para regresar corriendo a sus autos bajo una lluvia de bocinas.

Aparte de esas mínimas salidas, era tan poco lo que podía hacerse que las horas acababan por superponerse, por ser siempre la misma en el recuerdo; en algún momento el ingeniero pensó en tachar ese día en su agenda y contuvo una risotada, pero más adelante, cuando empezaron los cálculos contradictorios de las monjas, los hombres del Taunus y la muchacha del Dauphine, se vio que hubiera convenido llevar mejor la cuenta. Las diarios locales habían suspendido las emisiones, y sólo el viajante del DKW tenía un aparato de ondas cortas que se empeñaba en transmitir noticias bursátiles.. Hacia las tres de la madrugada pareció llegarse a un acuerdo tácito para descansar, y hasta el amanecer la columna no se movió. Los muchachos del Simca sacaron unas camas neumáticas y se tendieron al lado del auto; el ingeniero bajó el respaldo de los asientos delanteros del 404 y ofreció las cuchetas a las monjas, que rehusaron; antes de acostarse un rato, el ingeniero pensó en la muchacha del Dauphine, muy quieta contra el volante, y como sin darle importancia le propuso que cambiaran de autos hasta el amanecer; ella se negó, alegando que podía dormir muy bien de cualquier manera. Durante un rato se oyó llorar al niño del Taunus, acostado en el asiento trasero donde debía tener demasiado calor. Las monjas rezaban todavía cuando el ingeniero se dejó caer en la cucheta y se fue quedando dormido, pero su sueño seguía demasiado cerca de la vigilia y acabó por despertarse sudoroso e inquieto, sin comprender en un primer momento dónde estaba; enderezándose, empezó a percibir los confusos movimientos del exterior, un deslizarse de sombras entre los autos, y vio un bulto que se alejaba hacia el borde de la autopista; adivinó las razones, y más tarde también él salió del auto sin hacer ruido y fue a aliviarse al borde de la ruta; no había setos ni árboles, solamente el campo negro y sin estrellas, algo que parecía un muro abstracto limitando la cinta blanca del macadam con su río inmóvil de vehículos, Casi tropezó con el campesino del Ariane, que balbuceó una frase ininteligible; al olor de la gasolina, persistente en la autopista recalentada, se sumaba ahora la presencia más ácida del hombre, y el ingeniero volvió lo antes posible a su auto. La chica del Dauphine dormía apoyada sobre el volante, un mechón de pelo contra los ojos; antes de subir al 404, el ingeniero se divirtió explorando en la sombra su perfil, adivinando la curva de los labios que soplaban suavemente. Del otro lado, el hombre del DKW miraba también dormir a la muchacha, fumando en silencio.

Por la mañana se avanzó muy poco pero lo bastante como para darles la esperanza de que esa tarde se abriría la ruta hacia París. A las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habían rellenado las grietas y pronto se podría circular normalmente. Los muchachos del Simca encendieron la radio y uno de ellos trepó al techo del auto y gritó y cantó. El ingeniero se dijo que la noticia era tan dudosa como las de la víspera, y que el extranjero había aprovechado la alegría del grupo para pedir y obtener una naranja que le dio el matrimonio del Ariane. Más tarde llegó otro extranjero con la misma treta, pero nadie quiso darle nada. El calor empezaba a subir y la gente prefería quedarse en los autos a la espera de que se concretaran las buenas noticias. A mediodía la niña del 203 empezó a llorar otra vez, y la muchacha del Dauphine fue a jugar con ella y se hizo amiga del matrimonio. Los del 203 no tenían suerte; a su derecha estaba el hombre silencioso del Caravelle, ajeno a todo lo que ocurría en torno, y a su izquierda tenían que aguantar la verbosa indignación del conductor de un Floride, para quien el embotellamiento era una afrenta exclusivamente personal. Cuando la niña volvió a quejarse de sed, al ingeniero se le ocurrió ir a hablar con los campesinos del Ariane, seguro de que en ese auto había cantidad de provisiones. Para su sorpresa los campesinos se mostraron muy amables; comprendían que en una situación semejante era necesario ayudarse, y pensaban que si alguien se encargaba de dirigir el grupo (la mujer hacía un gesto circular con la mano, abarcando la docena de autos que los rodeaba) no se pasarían apreturas hasta llegar a Paría. Al ingeniero lo molestaba la idea de erigirse en organizador, y prefirió llamar a los hombres del Taunus para conferenciar con ellos y con el matrimonio del Ariane. Un rato después consultaron sucesivamente a todos los del grupo. El joven soldado del Volkswagen estuvo inmediatamente de acuerdo, y el matrimonio del 203 ofreció las pocas provisiones que les quedaban (la muchacha del Dauphine había conseguido un vaso de granadina con agua para la niña, que reía y jugaba). Uno de los hombres del Taunus, que había ido a consultar a los muchachos del Simca, obtuvo un asentimiento burlón; el hombre pálido del Caravelle se encogió de hombros y dijo que le daba lo mismo, que hicieran lo que les pareciese mejor. Los ancianos del ID y la señora del Beaulieu se mostraron visiblemente contentos, como si se sintieran más protegidos. Los pilotos del Floride y del DKW no hicieron observaciones, y el americano del De Soto los miró asombrado y dijo algo sobre la voluntad de Dios. Al ingeniero le resultó fácil proponer que uno de los ocupantes del Taunus, en que tenía una confianza instintiva, se encargará de coordinar las actividades. A nadie le faltaría de comer por el momento, pero era necesario conseguir agua; el jefe, al que los muchachos del Simca llamaban Taunus a secas para divertirse, pidió al ingeniero, al soldado y a uno de los muchachos que exploraran la zona circundante de la autopista y ofrecieran alimentos a cambio de bebidas. Taunus, que evidentemente sabía mandar, había calculado que deberían cubrirse las necesidades de un día y medio como máximo, poniéndose en la posición menos optimista. En el 2HP de las monjas y en el Ariane de los campesinos había provisiones suficientes para ese tiempo, y si los exploradores volvían con agua el problema quedaría resuelto. Pero solamente el soldado regresó con una cantimplora llena, cuyo dueño exigía en cambio comida para dos personas. El ingeniero no encontró a nadie que pudiera ofrecer agua, pero el viaje le sirvió para advertir que más allá de su grupo se estaban constituyendo otras células con problemas semejantes; en un momento dado el ocupante de un Alfa Romeo se negó a hablar con él del asunto, y le dijo que se dirigiera al representante de su grupo, cinco autos atrás en la misma fila. Más tarde vieron volver al muchacho del Simca que no había podido conseguir agua, pero Taunus calculó que ya tenían bastante para los dos niños, la anciana del ID y el resto de las mujeres. El ingeniero le estaba contando a la muchacha del Dauphine su circuito por la periferia (era la una de la tarde, y el sol los acorralaba en los autos) cuando ella lo interrumpió con un gesto y le señaló el Simca. En dos saltos el ingeniero llegó hasta el auto y sujetó por el codo a uno de los muchachos, que se repantigaba en su asiento para beber a grandes tragos de la cantimplora que había traído escondida en la chaqueta. A su gesto iracundo, el ingeniero respondió aumentando la presión en el brazo; el otro muchacho bajó del auto y se tiró sobre el ingeniero, que dio dos pasos atrás y lo esperó casi con lástima. El soldado ya venía corriendo, y los gritos de las monjas alertaron a Taunus y a su compañero; Taunus escuchó lo sucedido, se acercó al muchacho de la botella y le dio un par de bofetadas. El muchacho gritó y protestó, lloriqueando, mientras el otro rezongaba sin atreverse a intervenir. El ingeniero le quitó la botella y se la alcanzó a Taunus. Empezaban a sonar bocinas y cada cual regresó a su auto, por lo demás inútilmente puesto que la columna avanzó apenas cinco metros.

A la hora de la siesta, bajo un sol todavía más duro que la víspera, una de las monjas se quitó la toca y su compañera le mojó las sienes con agua de colonia. Las mujeres improvisaban de a poco sus actividades samaritanas, yendo de un auto a otro, ocupándose de los niños para que los hombres estuvieran más libres: nadie se quejaba pero el buen humor era forzado, se basaba siempre en los mismos juegos de palabras, en un escepticismo de buen tono. Para el ingeniero y la muchacha del Dauphine, sentirse sudorosos y sucios era la vejación más grande; lo enternecía casi la rotunda indiferencia del matrimonio de campesinos al olor que les brotaba de las axilas cada vez que venían a charlar con ellos o a repetir alguna noticia de último momento. Hacia el atardecer el ingeniero miró casualmente por el retrovisor y encontró como siempre la cara pálida y de rasgos tensos del hombre del Caravelle, que al igual que el gordo piloto del Floride se había mantenido ajeno a todas las actividades. Le pareció que sus facciones se habían afilado todavía más, y se preguntó si no estaría enfermo. Pero después, cuando al ir a charlar con el soldado y su mujer tuvo ocasión de mirarlo desde más cerca, se dijo que ese hombre no estaba enfermo; era otra cosa, una separación, por darle algún nombre. El soldado del Volkswagen le contó más tarde que a su mujer le daba miedo ese hombre silencioso que no se apartaba jamás del volante y que parecía dormir despierto. Nacían hipótesis, se creaba un folklore para luchar contra la inacción. Los niños del Taunus y el 203 se habían hecho amigos y se habían peleado y luego se habían reconciliado; sus padres se visitaban, y la muchacha del Dauphine iba cada tanto a ver cómo se sentían la anciana del ID y la señora del Beaulieu. Cuando al atardecer soplaron bruscamente una ráfagas tormentosas y el sol se perdió entre las nubes que se alzaban al oeste, la gente se alegró pensando que iba a refrescar. Cayeron algunas gotas, coincidiendo con un avance extraordinario de casi cien metros; a lo lejos brilló un relámpago y el calor subió todavía más. Había tanta electricidad en la atmósfera que Taunus, con un instinto que el ingeniero admiró sin comentarios, dejó al grupo en paz hasta la noche, como si temiera los efectos del cansancio y el calor. A las ocho las mujeres se encargaron de distribuir las provisiones; se había decidido que el Ariane de los campesinos sería el almacén general, y que el 2HP de las monjas serviría de depósito suplementario. Taunus había ido en persona a hablar con los jefes de los cuatro o cinco grupos vecinos; después, con ayuda del soldado y el hombre del 203, llevó una cantidad de alimentos a los grupos, regresando con más agua y un poco de vino. Se decidió que los muchachos del Simca cederían sus colchones neumáticos a la anciana del ID y a la señora del Beaulieu; la muchacha del Dauphine les llevó dos mantas escocesas y el ingeniero ofreció su coche, que llamaba burlonamente el wagon-lit, a quienes lo necesitaran. Para su sorpresa, la muchacha del Dauphine aceptó el ofrecimiento y esa noche compartió las cuchetas del 404 con una de las monjas; la otra fue a dormir al 203 junto a la niña y su madre, mientras el marido pasaba la noche sobre el macadam, envuelto en una frazada. El ingeniero no tenía sueño y jugó a los dados con Taunus y su amigo; en algún momento se les agregó el campesino del Ariane y hablaron de política bebiendo unos tragos del aguardiente que el campesino había entregado a Taunus esa mañana. La noche no fue mala; había refrescado y brillaban algunas estrellas entre las nubes.

Hacia el amanecer los ganó el sueño, esa necesidad de estar a cubierto que nacía con la grisalla del alba. Mientras Taunus dormía junto al niño en el asiento trasero, su amigo y el ingeniero descansaron un rato en la delantera. Entre dos imágenes de sueño, el ingeniero creyó oír gritos a la distancia y vio un resplandor indistinto; el jefe de otro grupo vino a decirles que treinta autos más adelante había habido un principio de incendio en un Estafette, provocado por alguien que había querido hervir clandestinamente unas legumbres. Taunus bromeó sobre lo sucedido mientras iba de auto en auto para ver cómo habían pasado todos la noche, pero a nadie se le escapó lo que quería decir. Esa mañana la columna empezó a moverse muy temprano y hubo que correr y agitarse para recuperar los colchones y las mantas, pero como en todas partes debía estar sucediendo lo mismo nadie se impacientaba ni hacía sonar las bocinas. A mediodía habían avanzado más de cincuenta metros, y empezaba a divisarse la sombra de un bosque a la derecha de la ruta. Se envidiaba la suerte de los que en ese momento podían ir hasta la banquina y aprovechar la frescura de la sombra; quizá había un arroyo, o un grifo de agua potable. La muchacha del Dauphine cerró los ojos y pensó en una ducha cayéndole por el cuello y la espalda, corriéndole por las piernas; el ingeniero, que la miraba de reojo, vio dos lágrimas que le resbalaban por las mejillas.

Taunus, que acababa de adelantarse hasta el ID, vino a buscar a las mujeres más jóvenes para que atendieran a la anciana que no se sentía bien. El jefe del tercer grupo a retaguardia contaba con un médico entre sus hombres, y el soldado corrió a buscarlo. Al ingeniero, que había seguido con irónica benevolencia los esfuerzos de los muchachitos del Simca para hacerse perdonar su travesura, entendió que era el momento de darles su oportunidad. Con los elementos de una tienda de campaña los muchachos cubrieron la ventanilla del 404, y el wagon-lit se transformó en ambulancia para que la anciana descansara en una oscuridad relativa. Su marido se tendió a su lado, teniéndole la mano, y los dejaron solos con el médico. Después las monjas se ocuparon de la anciana, que se sentía mejor, y el ingeniero pasó la tarde como pudo, visitando otros autos y descansando en el de Taunus cuando el sol castigaba demasiado; sólo tres veces le tocó correr hasta su auto, donde los viejitos parecían dormir, para hacerlo avanzar junto con la columna hasta el alto siguiente. Los ganó la noche sin que hubiesen llegado a la altura del bosque.

Hacia las dos de la madrugada bajó la temperatura, y los que tenían mantas se alegraron de poder envolverse en ellas. Como la columna no se movería hasta el alba (era algo que se sentía en el aire, que venía desde el horizonte de autos inmóviles en la noche) el ingeniero y Taunus se sentaron a fumar y a charlar con el campesino del Ariane y el soldado. Los cálculos de Taunus no correspondían ya a la realidad, y lo dijo francamente; por la mañana habría que hacer algo para conseguir más provisiones y bebidas. El soldado fue a buscar a los jefes de los grupos vecinos, que tampoco dormían, y se discutió el problema en voz baja para no despertar a las mujeres. Los jefes habían hablado con los responsables de los grupos más alejados, en un radio de ochenta o cien automóviles, y tenían la seguridad de que la situación era análoga en todas partes. El campesino conocía bien la región y propuso que dos o tres hombres de cada grupo saliera al alba para comprar provisiones en las granjas cercanas, mientras Taunus se ocupaba de designar pilotos para los autos que quedaran sin dueño durante la expedición. La idea era buena y no resultó difícil reunir dinero entre los asistentes; se decidió que el campesino, el soldado y el amigo de Taunus irían juntos y llevarían todas las bolsas, redes y cantimploras disponibles. Los jefes de los otros grupos volvieron a sus unidades para organizar expediciones similares, y al amanecer se explicó la situación a las mujeres y se hizo lo necesario para que la columna pudiera seguir avanzando. La muchacha del Dauphine le dijo al ingeniero que la anciana ya estaba mejor y que insistía en volver a su ID; a las ocho llegó el médico, que no vio inconvenientes en que el matrimonio regresara a su auto. De todos modos, Taunus decidió que el 404 quedaría habilitado permanentemente como ambulancia; los muchachos, para divertirse, fabricaron un banderín con una cruz roja y lo fijaron en la antena del auto. Hacía ya rato que la gente prefería salir lo menos posible de sus coches; la temperatura seguía bajando y a mediodía empezaron los chaparrones y se vieron relámpagos a la distancia. La mujer del campesino se apresuró a recoger agua con un embudo y una jarra de plástico, para especial regocijo de los muchachos del Simca. Mirando todo eso, inclinado sobre el volante donde había un libro abierto que no le interesaba demasiado, el ingeniero se preguntó por qué los expedicionarios tardaban tanto en regresar; más tarde Taunus lo llamó discretamente a su auto y cuando estuvieron dentro le dijo que habían fracasado. El amigo de Taunus dio detalles: las granjas estaban abandonadas o la gente se negaba a venderles nada, aduciendo las reglamentaciones sobre ventas a particulares y sospechando que podían ser inspectores que se valían de las circunstancias para ponerlos a prueba. A pesar de todo habían podido traer una pequeña cantidad de agua y algunas provisiones, quizá robadas por el soldado que sonreía sin entrar en detalles. Desde luego ya no se podía pasar mucho tiempo sin que cesara el embotellamiento, pero los alimentos de que se disponía no eran los más adecuados para los dos niños y la anciana. El médico, que vino hacia las cuatro y media para ver a la enferma, hizo un gesto de exasperación y cansancio y dijo a Taunus que en su grupo y en todos los grupos vecinos pasaba lo mismo. Por la radio se había hablado de una operación de emergencia para despejar la autopista, pero aparte de un helicóptero que apareció brevemente al anochecer no se vieron otros aprestos. De todas maneras hacía cada vez menos calor, y la gente parecía esperar la llegada de la noche para taparse con las mantas y abolir en el sueño algunas horas más de espera. Desde su auto el ingeniero escuchaba la charla de la muchacha del Dauphine con el viajante del DKW, que le contaba cuentos y la hacía reír sin ganas. Lo sorprendió ver a la señora del Beaulieu que casi nunca abandonaba su auto, y bajó para saber si necesitaba alguna cosa, pero la señora buscaba solamente las últimas noticias y se puso a hablar con las monjas. Un hastío sin nombre pesaba sobre ellos al anochecer; se esperaba más del sueño que de las noticias siempre contradictorias o desmentidas. El amigo de Taunus llegó discretamente a buscar al ingeniero, al soldado y al hombre del 203. Taunus les anunció que el tripulante del Floride acababa de desertar; uno de los muchachos del Simca había visto el coche vacío, y después de un rato se había puesto a buscar a su dueño para matar el tedio. Nadie conocía mucho al hombre gordo del Floride, que tanto había protestado el primer día aunque después acabara de quedarse tan callado como el piloto del Caravelle.. Cuando a las cinco de la mañana no quedó la menor duda de que Floride, como se divertían en llamarlo los chicos del Simca, había desertado llevándose un valija de mano y abandonando otra llena de camisas y ropa interior, Taunus decidió que uno de los muchachos se haría cargo del auto abandonado para no inmovilizar la columna. A todos los había fastidiado vagamente esa deserción en la oscuridad, y se preguntaban hasta dónde habría podido llegar Floride en su fuga a través de los campos. Por lo demás parecía ser la noche de las grandes decisiones: tendido en su cucheta del 404, al ingeniero le pareció oír un quejido, pero pensó que el soldado y su mujer serían responsables de algo que, después de todo, resultaba comprensible en plena noche y en esas circunstancias. Después lo pensó mejor y levantó la lona que cubría la ventanilla trasera; a la luz de unas pocas estrellas vio a un metro y medio el eterno parabrisas del Caravelle y detrás, como pegada al vidrio y un poco ladeada, la cara convulsa del hombre. Sin hacer ruido salió por el lado izquierdo para no despertar a la monjas, y se acercó al Caravelle. Después buscó a Taunus, y el soldado corrió a prevenir al médico. Desde luego el hombre se había suicidado tomando algún veneno; las líneas a lápiz en la agenda bastaban, y la carta dirigida a una tal Ivette, alguien que lo había abandonado en Vierzon. Por suerte la costumbre de dormir en los autos estaba bien establecida (las noches eran ya tan frías que a nadie se le hubiera ocurrido quedarse fuera) y a pocos les preocupaba que otros anduvieran entre los coches y se deslizaran hacia los bordes de la autopista para aliviarse. Taunus llamó a un consejo de guerra, y el médico estuvo de acuerdo con su propuesta. Dejar el cadáver al borde de la autopista significaba someter a los que venían más atrás a una sorpresa por lo menos penosa: llevarlo más lejos, en pleno campo, podía provocar la violenta repulsa de los lugareños, que la noche anterior habían amenazado y golpeado a un muchacho de otro grupo que buscaba de comer. El campesino del Ariane y el viajante del DKW tenían lo necesario para cerrar herméticamente el portaequipaje del Caravelle. Cuando empezaban su trabajo se les agregó la muchacha del Dauphine, que se colgó temblando del brazo del ingeniero. Él le explicó en voz baja lo que acababa de ocurrir y la devolvió a su auto, ya más tranquila. Taunus y sus hombres habían metido el cuerpo en el portaequipajes, y el viajante trabajó con scotch tape y tubos de cola líquida a la luz de la linterna del soldado. Como la mujer del 203 sabía conducir, Taunus resolvió que su marido se haría cargo del Caravelle que quedaba a la derecha del 203; así, por la mañana, la niña del 203 descubrió que su papá tenía otro auto, y jugó horas y horas a pasar de uno a otro y a instalar parte de sus juguetes en el Caravelle.

Por primera vez el frío se hacía sentir en pleno día, y nadie pensaba en quitarse las chaquetas. La muchacha del Dauphine y las monjas hicieron el inventario de los abrigos disponibles en el grupo. Había unos pocos pulóveres que aparecían por casualidad en los autos o en alguna valija, mantas, alguna gabardina o abrigo ligero. Otra vez volvía a faltar el agua, y Taunus envió a tres de sus hombres, entre ellos el ingeniero, para que trataran de establecer contacto con los lugareños. Sin que pudiera saberse por qué, la resistencia exterior era total; bastaba salir del límite de la autopista para que desde cualquier sitio llovieran piedras. En plena noche alguien tiró una guadaña que golpeó el techo del DKW y cayó al lado del Dauphine. El viajante se puso muy pálido y no se movió de su auto, pero el americano del De Soto (que no formaba parte del grupo de Taunus pero que todos apreciaban por su buen humor y sus risotadas) vino a la carrera y después de revolear la guadaña la devolvió campo afuera con todas sus fuerzas, maldiciendo a gritos. Sin embargo, Taunus no creía que conviniera ahondar la hostilidad; quizás fuese todavía posible hacer una salida en busca de agua.

Ya nadie llevaba la cuenta de lo que se había avanzado ese día o esos días; la muchacha del Dauphine creía que entre ochenta y doscientos metros; el ingeniero era menos optimista pero se divertía en prolongar y complicar los cálculos con su vecina, interesado de a ratos en quitarle la compañía del viajante del DKW que le hacía la corte a su manera profesional. Esa misma tarde el muchacho encargado del Floride corrió a avisar a Taunus que un Ford Mercury ofrecía agua a buen precio. Taunus se negó, pero al anochecer una de las monjas le pidió al ingeniero un sorbo de agua para la anciana del ID que sufría sin quejarse, siempre tomada de la mano de su marido y atendida alternativamente por las monjas y la muchacha del Dauphine. Quedaba medio litro de agua, y las mujeres lo destinaron a la anciana y a la señora del Beaulieu. Esa misma noche Taunus pagó de su bolsillo dos litros de agua; el Ford Mercury prometió conseguir más para el día siguiente, al doble del precio. Era difícil reunirse para discutir, porque hacía tanto frío que nadie abandonaba los autos como no fuera por un motivo imperioso. Las baterías empezaban a descargarse y no se podía hacer funcionar todo el tiempo la calefacción; Taunus decidió que los dos coches mejor equipados se reservarían llegado el caso para los enfermos. Envueltos en mantas (los muchachos del Simca habían arrancado el tapizado de su auto para fabricarse chalecos y gorros, y otros empezaron a imitarlos), cada uno trataba de abrir lo menos posible las portezuelas para conservar el calor. En alguna de esas noches heladas el ingeniero oyó llorar ahogadamente a la muchacha del Dauphine. Sin hacer ruido, abrió poco a poco la portezuela y tanteó en la sombra hasta rozar una mejilla mojada. Casi sin resonancia la chica se dejó atraer al 404; el ingeniero la ayudó a tenderse en la cucheta, la abrigó con la única manta y le echó encima su gabardina. La oscuridad era más densa en el coche ambulancia, con sus ventanillas tapadas por las lomas de la rienda. En algún momento el ingeniero bajó los dos parasoles y colgó de ellos su camisa y un pulóver para aislar completamente el auto. Hacia el amanecer ella le dijo al oído que antes de empezar a llorar había creído ver a lo lejos, sobre la derecha, las luces de una ciudad.

Quizá fuera una ciudad pero las nieblas de la mañana no dejaban ver ni a veinte metros. Curiosamente ese día la columna avanzó bastante más, quizás doscientos o trescientos metros. Coincidió con nuevos anuncios de la radio (que casi nadie escuchaba, salvo Taunus que se sentía obligado a mantenerse al corriente); los locutores hablaban enfáticamente de medidas de excepción que liberarían la autopista, y se hacían referencias al agotador trabajo de las cuadrillas camineras y de las fuerzas policiales. Bruscamente, una de las monjas deliró. Mientras su compañera la contemplaba aterrada y la muchacha del Dauphine le humedecía las sienes con un resto de perfume, la monja hablo de Armagedón, del noveno día, de la cadena de cinabrio. El médico vino mucho después, abriéndose paso entre la nieve que caía desde el mediodía y amurallaba poco a poco los autos. Deploró la carencia de una inyección calmante y aconsejó que llevaran a la monja a un auto con buena calefacción. Taunus la instaló en su coche, y el niño pasó al Caravelle donde también estaba su amiguita del 203; jugaban con sus autos y se divertían mucho porque eran los únicos que no pasaban hambre. Todo ese día y los siguientes nevó casi de continuo, y cuando la columna avanzaba unos metros había que despejar con medios improvisados las masas de nieve amontonadas entre los autos.

A nadie se le hubiera ocurrido asombrarse por la forma en que se obtenían las provisiones y el agua. Lo único que podía hacer Taunus era administrar los fondos comunes y tratar de sacar el mejor partido posible de algunos trueques. El Ford Mercury y un Porsche venían cada noche a traficar con las vituallas; Taunus y el ingeniero se encargaban de distribuirlas de acuerdo con el estado físico de cada uno. Increíblemente la anciana del ID sobrevivía, perdida en un sopor que las mujeres se cuidaban de disipar. La señora del Beaulieu que unos días antes había sufrido de náuseas y vahídos, se había repuesto con el frío y era de las que más ayudaba a la monja a cuidar a su compañera, siempre débil y un poco extraviada. La mujer del soldado y del 203 se encargaban de los dos niños; el viajante del DKW, quizá para consolarse de que la ocupante del Dauphine hubiera preferido al ingeniero, pasaba horas contándoles cuentos a los niños. En la noche los grupos ingresaban en otra vida sigilosa y privada; las portezuelas se abrían silenciosamente para dejar entrar o salir alguna silueta aterida; nadie miraba a los demás, los ojos tan ciegos como la sombra misma. Bajo mantas sucias, con manos de uñas crecidas, oliendo a encierro y a ropa sin cambiar, algo de felicidad duraba aquí y allá. La muchacha del Dauphine no se había equivocado: a lo lejos brillaba una ciudad, y poco y a poco se irían acercando. Por las tardes el chico del Simca se trepaba al techo de su coche, vigía incorregible envuelto en pedazos de tapizado y estopa verde. Cansado de explorar el horizonte inútil, miraba por milésima vez los autos que lo rodeaban; con alguna envidia descubría a Dauphine en el auto del 404, una mano acariciando un cuello, el final de un beso. Por pura broma, ahora que había reconquistado la amistad del 404, les gritaba que la columna iba a moverse; entonces Dauphine tenía que abandonar al 404 y entrar en su auto, pero al rato volvía a pasarse en buscar de calor, y al muchacho del Simca le hubiera gustado tanto poder traer a su coche a alguna chica de otro grupo, pero no era ni para pensarlo con ese frío y esa hambre, sin contar que el grupo de más adelante estaba en franco tren de hostilidad con el de Taunus por una historia de un tubo de leche condensada, y salvo las transacciones oficiales con Ford Mercury y con Porsche no había relación posible con los otros grupos. Entonces el muchacho del Simca suspiraba descontento y volvía a hacer de vigía hasta que la nieve y el frío lo obligaban a meterse tiritando en su auto.

Pero el frío empezó a ceder, y después de un período de lluvias y vientos que enervaron los ánimos y aumentaron las dificultades de aprovisionamiento, siguieron días frescos y soleados en que ya era posible salir de los autos, visitarse, reanudar relaciones con los grupos de vecinos. Los jefes habían discutido la situación, y finalmente se logró hacer la paz con el grupo de más adelante. De la brusca desaparición del Ford Mercury se habló mucho tiempo sin que nadie supiera lo que había podido ocurrirle, pero Porsche siguió viniendo y controlando el mercado negro. Nunca faltaban del todo el agua o las conservas, aunque los fondos del grupo disminuían y Taunus y el ingeniero se preguntaban qué ocurriría el día en que no hubiera más dinero para Porsche. Se habló de un golpe de mano, de hacerlo prisionero y exigirle que revelara la fuente de los suministros, pero en esos días la columna había avanzado un buen trecho y los jefes prefirieron seguir esperando y evitar el riesgo de echarlo todo a perder por una decisión violenta. Al ingeniero, que había acabado por ceder a una indiferencia casi agradable, lo sobresaltó por un momento el tímido anuncio de la muchacha del Dauphine, pero después comprendió que no se podía hacer nada para evitarlo y la idea de tener un hijo de ella acabó por parecerle tan natural como el reparto nocturno de las provisiones o los viajes furtivos hasta el borde de la autopista. Tampoco la muerte de la anciana del ID podía sorprender a nadie. Hubo que trabajar otra vez en plena noche, acompañar y consolar al marido que no se resignaba a entender. Entre dos de los grupos de vanguardia estalló una pelea y Taunus tuvo que oficiar de árbitro y resolver precariamente la diferencia. Todo sucedía en cualquier momento, sin horarios previsibles; lo más importante empezó cuando ya nadie lo esperaba, y al menos responsable le tocó darse cuenta el primero. Trepado en el techo del Simca, el alegre vigía tuvo la impresión de que el horizonte había cambiado (era el atardecer, un sol amarillento deslizaba su luz rasante y mezquina) y que algo inconcebible estaba ocurriendo a quinientos metros, a trescientos, a doscientos cincuenta. Se lo gritó al 404 y el 404 le dijo algo Dauphine que se pasó rápidamente a su auto cuando ya Taunus, el soldado y el campesino venían corriendo y desde el techo del Simca el muchacho señalaba hacia adelante y repetía interminablemente el anuncio como si quisiera convencerse de que lo que estaba viendo era verdad; entonces oyeron la conmoción, algo como un pesado pero incontenible movimiento migratorio que despertaba de un interminable sopor y ensayaba sus fuerzas. Taunus les ordenó a gritos que volvieran a sus coches; el Beaulieu, el ID, el Fiat 600 y el De Soto arrancaron con un mismo impulso. Ahora el 2HP, el Taunus, el Simca y el Ariane empezaban a moverse, y el muchacho del Simca, orgulloso de algo que era como su triunfo, se volvía hacia el 404 y agitaba el brazo mientras el 404, el Dauphine, el 2HP de las monjas y el DKW se ponían a su vez en marcha. Pero todo estaba en saber cuánto iba a durar eso; el 404 se lo preguntó casi por rutina mientras se mantenía a la par de Dauphine y le sonreía para darle ánimo. Detrás, el Volkswagen, el Caravelle, el 203 y el Floride arrancaban, a su vez lentamente, un trecho en primera velocidad, después la segunda, interminablemente la segunda pero ya sin desembragar como tantas veces, con el pie firme en el acelerador, esperando poder pasar a tercera. Estirando el brazo izquierdo el 404 buscó la mano de Dauphine, rozó apenas la punta de sus dedos, vio en su cara una sonrisa de incrédula esperanza y pensó que iban a llegar a París y que se bañarían, que irían juntos a cualquier lado, a su casa o a la de ella a bañarse, a comer, a bañarse interminablemente y a comer y beber, y que después habría muebles, habría un dormitorio con muebles y un cuarto de baño con espuma de jabón para afeitarse de verdad, y retretes, comida y retretes y sábanas, París era un retrete y dos sábanas y el agua caliente por el pecho y las piernas, y una tijera de uñas, y vino blanco, beberían vino blanco antes de besarse y sentirse oler a lavanda y a colonia, antes de conocerse de verdad a plena luz, entre sábanas limpias, y volver a bañarse por juego, amarse y bañarse y beber y entrar en la peluquería, entrar en el baño, acariciar las sábanas y acariciarse entre las sábanas y amarse entre la espuma y la lavanda y los cepillos antes de empezar a pensar en lo que iban a hacer, en el hijo y los problemas y el futuro, y todo eso siempre que no se detuvieran, que la columna continuara aunque todavía no se pudiese subir a la tercera velocidad, seguir así en segunda, pero seguir. Con los paragolpes rozando el Simca, el 404 se echó atrás en el asiento, sintió aumentar la velocidad, sintió que podía acelerar sin peligro de irse contra el Simca, y que el Simca aceleraba sin peligro de chocar contra el Beaulieu, y que detrás venía el Caravelle y que todos aceleraban más y más, y que ya se podía pasar a tercera sin que el motor penara, y la palanca calzó increíblemente en la tercera y la marcha se hizo suave y se aceleró todavía más, y el 404 miró enternecido y deslumbrado a su izquierda buscando los ojos de Dauphine. Era natural que con tanta aceleración las filas ya no se mantuvieran paralelas. Dauphine se había adelantado casi un metro y el 404 le veía la nuca y apenas el perfil, justamente cuando ella se volvía para mirarlo y hacía un gesto de sorpresa al ver que el 404 se retrasaba todavía más. Tranquilizándola con una sonrisa el 404 aceleró bruscamente, pero casi en seguida tuvo que frenar porque estaba a punto de rozar el Simca; le tocó secamente la bocina y el muchacho del Simca lo miró por el retrovisor y le hizo un gesto de impotencia, mostrándole con la mano izquierda el Beaulieu pegado a su auto. El Dauphine iba tres metros más adelante, a la altura del Simca, y la niña del 203, al nivel del 404, agitaba los brazos y le mostraba su muñeca. Una mancha roja a la derecha desconcertó al 404; en vez del 2HP de las monjas o del Volkswagen del soldado vio un Crevrolet desconocido, y casi en seguida el Chevrolet se adelantó seguido por un Lancia y por un Renault 8. A su izquierda se le apareaba un ID que empezaba a sacarle ventaja metro a metro, pero antes de que fuera sustituido por un 403, el 404 alcanzó a distinguir todavía en la delantera el 203 que ocultaba ya a Dauphine. El grupo se dislocaba, ya no existía. Taunus debía de estar a más de veinte metros adelante, seguido de Dauphine; al mismo tiempo la tercera fila de la izquierda se atrasaba porque en vez del DKW del viajante, el 404 alcanzaba a ver la parte trasera de un viejo furgón negro, quizá un Citroën o un Peugeot. Los autos corrían en tercera, adelantándose o perdiendo terreno según el ritmo de su fila, y a los lados de la autopista se veían huir los árboles, algunas casas entre las masas de niebla y el anochecer. Después fueron las luces rojas que todos encendían siguiendo el ejemplo de los que iban adelante, la noche que se cerraba bruscamente. De cuando en cuando sonaban bocinas, las agujas de los velocímetros subían cada vez más, algunas filas corrían a setenta kilómetros, otras a sesenta y cinco, algunas a sesenta. El 404 había esperado todavía que el avance y el retroceso de las filas le permitiera alcanzar otra vez a Dauphine, pero cada minuto lo iba convenciendo de que era inútil, que el grupo se había disuelto irrevocablemente, que ya no volverían a repetirse los encuentros rutinarios, los mínimos rituales, los consejos de guerra en el auto de Taunus, las caricias de Dauphine en la paz de la madrugada, las risas de los niños jugando con sus autos, la imagen de la monja pasando las cuentas del rosario. Cuando se encendieron las luces de los frenos del Simca, el 404 redujo la marcha con un absurdo sentimiento de esperanza, y apenas puesto el freno de mano saltó del auto y corrió hacia adelante. Fuera del Simca y el Beaulieu (más atrás estaría el Caravelle, pero poco le importaba) no reconoció ningún auto; a través de cristales diferentes lo miraban con sorpresa y quizá escándalo otros rostros que no había visto nunca. Sonaban las bocinas, y el 404 tuvo que volver a su auto; el chico del Simca le hizo un gesto amistoso, como si comprendiera, y señaló alentadoramente en dirección de París. La columna volvía a ponerse en marcha, lentamente durante unos minutos y luego como si la autopista estuviera definitivamente libre. A la izquierda del 404 corría un Taunus, y por un segundo al 404 le pareció que el grupo se recomponía, que todo entraba en el orden, que se podría seguir adelante sin destruir nada. Pero era un Taunus verde, y en el volante había una mujer con anteojos ahumados que miraba fijamente hacia adelante. No se podía hacer otra cosa que abandonarse a la marcha, adaptarse mecánicamente a la velocidad de los autos que lo rodeaban, no pensar. En el Volkswagen del soldado debía de estar su chaqueta de cuero. Taunus tenía la novela que él había leído en los primeros días. Un frasco de lavanda casi vacío en el 2HP de las monjas. Y él tenía ahí, tocándolo a veces con la mano derecha, el osito de felpa que Dauphine le había regalado como mascota. Absurdamente se aferró a la idea de que a las nueve y media se distribuirían los alimentos, habría que visitar a los enfermos, examinar la situación con Taunus y el campesino del Ariane; después sería la noche, sería Dauphine subiendo sigilosamente a su auto, las estrellas o las nubes, la vida. Sí, tenía que ser así, no era posible que eso hubiera terminado para siempre. Tal vez el soldado consiguiera una ración de agua, que había escaseado en las últimas horas; de todos modos se podía contar con Porsche, siempre que se le pagara el precio que pedía. Y en la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.